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Columnistas | PUBLICADO EL 04 noviembre 2022

El Testigo, los libros

Este proyecto, blanco y simbólico, con palabras discretas en relieve en las tapas es de una belleza discreta y dolorosa, un homenaje a las víctimas, a la vida, si se quiere, después de padecer el horror en cada lugar de este país.

Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com

De entrada, aclaro, esta columna se quedará corta, y dolerá. Lo que yo pueda contar aquí será mínimo y apenas expresará un ápice del gran trabajo recopilado en El testigo: Memorias del conflicto armado colombiano en el lente y la voz de Jesús Abad Colorado. Cuatro tomos, 1.372 páginas, más de 700 imágenes y una cantidad significativa de otros testigos de este largo conflicto que ha afectado a nuestro país desde tiempos que no deberían ser inmemorables.

Este proyecto editorial recoge la exposición del mismo nombre, realizada en el claustro de San Agustín de la Universidad Nacional. Este proyecto, blanco y simbólico, con palabras discretas en relieve en las tapas es de una belleza discreta y dolorosa, un homenaje a las víctimas, a la vida, si se quiere, después de padecer el horror en cada lugar de este país. Cada libro tiene un nombre: Tierra callada, No hay tinieblas que la luz no venza, Y aún así me levantaré, Pongo mis manos en las tuyas. Todos juntos, para mí, son un poema, una voz que nos recuerda el desplazamiento, la desaparición forzada, la violencia contra los civiles y al fin, después de todo, y ojalá por siempre, ojalá algún día, ese grito por la paz que debería extenderse para que no nos duela más este país.

“Las fotografías se presentan celosamente inscritas dentro de un conjunto y en un contexto preciso, ofrecido por los textos y testimonios que las apartan de un viaje a la deriva, para que puedan sumar comprensión a la confusión reinante entre los diversos discursos que cruzan el conflicto”, escribe María Belén Sáez de Ibarra, quien conversó largo y con calma con “Chucho” Abad para lograr lo logrado.

Mientras abro estos libros, una y otra vez, mientras leo los retazos de este país, una vez más me duele todo, no puedo creer lo vivido, no encuentro explicación a pesar de que la haya: el despojo de la tierra que se ha ensañado, principalmente, con familias campesinas que tienen pequeños predios, las ansias de poder, la ignominia. Pienso en mis sobrinos, pequeños aún, en el día, ojalá pronto, donde les muestre estas fotografías profundas, les lea algunos fragmentos, principios de historias que no son fantásticas, son reales y dolorosas de ese país que en el colegio les enseñan a querer pero que ha dolido, duele si uno lee: “Luisa no quería huir de nuevo. Con solo nueve años ya se había desplazado cuatro veces” (Mulatos, San José de Apartadó, Urabá).

“Este es mi testimonio. Aquí están las víctimas que han sido banalizadas y que yo aprendí a enfocar, a ver con mi ojo y con mi corazón. Aquí las registré y las documenté para que nadie pueda decir después que no supo lo que ocurrió”, dice Jesús Abad Colorado. Guardo un silencio respetuoso después de este recorrido trepidante, acaricio las tapas de los libros y pienso: yo también soy testigo y tengo esperanza, así sea remota

Diego Aristizábal

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