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En la parte central de China existe una tranquila ciudad llamada Ezhou. Construida a orillas del río Yangtsé, tiene poco más de un millón de habitantes y el privilegio de disfrutar de 133 lagos. Desde hace poco tienen también el “orgullo” de haber construido la granja para cerdos más grande del mundo: un rascacielos de 26 pisos con capacidad para sacrificar 1.2 millones de animales al año. Porque en China todo se hace a gran escala, para bien y para mal.
En los últimos años se ha hablado mucho de las megagranjas, esas instalaciones de ganadería industrial en las que la densidad de animales es gigantesca. Los ecologistas nos han mostrados videos y documentales sobre los horrores de la producción masificada de carne de distintos animales para el consumo humano. Pero esta idea del rascacielos supera ya todos los límites de la cordura.
Próximos a terminar el segundo edificio, los dueños cuentan barbaridades que quieren hacer ver como maravillas de la tecnología. Por ejemplo que sus 800.000 metros cuadrados de espacio van a tener capacidad para 650.000 cerdos a la vez que se alimentarán a través de 30.000 máquinas automatizadas. Que los excrementos de los animales serán tratados para producir biogás que generará energía y agua caliente. Que esta forma de producción es más eficiente, biosegura y amable con el medio ambiente. Pero no hay evidencias de nada de lo que dicen. Por el contrario, todo tiene pinta de que el daño va a ser más grande que el beneficio. Sólo hay que imaginar el olor, el hacinamiento y la contaminación que producirán en todos los acuíferos de alrededor. ¿Se imaginan lo que va a quedar de esos lagos maravillosos?
Esto es como asistir a un proceso involutivo en aras del consumo más salvaje. Porque hay que tener en cuenta que la mitad de la producción mundial de carne de cerdo se consume en China. Es la proteína animal más popular en ese país. Así que este rascacielos es simplemente el precursor de lo que se viene. En la provincia de Sichuan ya están construyendo otros 64 edificios semejantes.
Lo que un granjero normal se tarda un año en conseguir, es decir, criar y vender un cerdo, esta industria porcina lo consigue en tres meses. ¿A qué costo para el ser humano? Mientras más grandes las instalaciones, y mayor la densidad de animales, más alto el riesgo de que se extiendan enfermedades infecciosas y que aumente el potencial de mutaciones. La calidad de la carne es obviamente inferior porque ya se imaginarán el contenido de grasa que puede tener un animal que no se ejercita cada día, con lo cual el perfil nutricional se va al traste. Así que uno se pregunta a dónde va a conducir esta locura.
Los progresos de los movimientos verdes ecologistas se ven microscópicos al lado de lo que representa esta industria avasalladora que ahora quiere conquistar las alturas. Sus nocivas consecuencias no solo se elevarán hacia el cielo, sino que se extenderán a nuestro alrededor. Suena a fatalismo, pero es tan real como la vida misma