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Columnistas | PUBLICADO EL 26 mayo 2021

El pensamiento absoluto

Por Arturo Guerreroarturoguerreror@gmail.com

Lo único absoluto que tiene el pensamiento absoluto es la afirmación de que todo es relativo. Como todo oxímoron, este sirve para desbaratar cerebros. Ojalá cumpla su misión, porque la Colombia de hoy es territorio del pensamiento absoluto y es necesario desmontarlo.

En este caso decir “pensamiento” es un decir, pues hace rato la postura absoluta pasó de la cabeza al corazón. En el ADN de los colombianos triunfa la fogosidad. Bien rápido pasamos de la idea a la pasión. Por eso aquí no cuajan los programas de la política sino las consignas arrebatadas.

Y cuando un pensamiento se vuelve incendio, entramos al reino de lo absoluto. En este territorio el que no está conmigo está contra mí, el líder es inmaculado, el adversario es satanás.

Allá, al otro lado irreductible, están los terroristas. Aquí, entre mis amigos, están los buenos muchachos. Desde la trinchera opuesta responden: esos de corbata o cascos negros son los fascistas. En nuestro bando estamos los pobres, los desheredados de futuro.

De orilla a orilla no hay matices ni puentes ni excepciones. Impera el absoluto, las cosas son blancas o negras. El que habla de fascismo piensa en Hitler y olvida incluir a Stalin en este estigma. El que habla de terrorismo piensa en Tirofijo y olvida incluir a Carlos Castaño en este estigma.

Como la historia es categórica, la actualidad se empantana en idéntica mirada imperativa. Por consiguiente en el futuro tiene que desaparecer la mitad de la humanidad, aquella que piensa y siente en la antípoda de mi ideología. Es inadmisible un destino común bajo los mismos sol y luna. Habrá que expulsar a medio mundo hasta Marte. Para el pensamiento absoluto se necesitan dos planetas.

Pero como lo único absoluto es que todo es relativo, basta escarbar un poco en las dos trincheras para encontrar la variedad, la complejidad e inestabilidad de sus combatientes. Todos los días todo es nuevo: esta afirmación tan totalizante destruye en sí misma la viabilidad del pensamiento absoluto.

La contraparte del pensamiento absoluto no es el jardín de aromas donde los opuestos se abracen. Es más bien la inteligencia del oído, el tacto de la mirada fina. Es el manido dicho de ponerse en los zapatos del otro. Así podrían descubrirse los múltiples componentes del comportamiento de ese otro y su probable brillo de humanidad encubierto

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