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El mejor trabajo del mundo

La narración de la vida se la arma cada uno. Somos nuestra propia invención construida con aquello que nos pasa, si es buena o mala, dependerá de los fragmentos que elijamos, la forma como los organicemos y los relatemos.

17 de febrero de 2024
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  • El mejor trabajo del mundo
  • El mejor trabajo del mundo

Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo

A mis veintitrés años me sobraban dos cosas que no volvería a tener jamás: arrojo y juventud. Lástima que a esa edad no hubiera sido capaz de apreciarlas, pero bueno, ese es otro tema. Hoy vine a hablar de perros. Yo a los veintitrés me fui a vivir a una de las ciudades más caras del mundo: Londres. Por supuesto, nada se me había perdido allí, tan sólo quería huir de casa y como era joven y arrojada, no se me ocurrió un lugar más barato.

Cuando convertí en libras el poco dinero que había ahorrado quedó reducido a prácticamente nada. Estaba claro que tendría que trabajar. Cuidé a una niña pelirroja llamada Candelaria que no me hacía caso porque nunca logró entender mi pronunciación. También cuidé a un anciano llamado Barnato que una vez al día me hacía simular una llamada al sistema de emergencias porque le daba miedo que le pasara algo y yo no supiera cómo reaccionar. Además preparé sánduches en una cafetería, brillé toneladas de vasos y copas, fui cocinera y mesera en muchos restaurantes y hoteles, creo que lavé todos los platos que iba a lavar en mi vida y, como consecuencia de ello, es una actividad que hoy evito al máximo y eso que Agatha Christie dijo una vez que lavando platos era como se le ocurrían las mejores tramas de sus novelas. Cuando me derrotaba el cansancio y el dolor de espalda, me animaba diciéndome que mi situación era transitoria, que algún día iba a reírme de ella.

Pero vamos a los perros, hoy vine a hablar de perros. Resulta que pasearlos fue otro de los trabajos que hice, aunque al igual que Candelaria, los canes tampoco me hacían caso. En mi defensa diré que tenían nombres muy raros que nunca supe pronunciar, ahora menos escribir. Pasear perros era un trabajo tan novedoso que en Colombia nadie lo hacía, al menos nadie que yo conociera. Me estaban pagando por conocer barrios espectaculares, por acariciar panzas calientitas, por recibir lengüetazos, era de no creer. Sin embargo, cuando le conté a un amigo sobre mi maravilloso trabajo, él se limitó a abrir los ojos y exclamar: «¡Te pagan por recoger mierda!»

Hace poco oí un podcast en el cual un neurocientífico explicaba cómo los lentes con los cuales miramos lo que nos ocurre determinan la valoración de nuestras experiencias. De ahí que, frente a una misma situación, dos personas puedan tener visiones completamente opuestas. La narración de la vida se la arma cada uno. Somos nuestra propia invención construida con aquello que nos pasa, si es buena o mala, dependerá de los fragmentos que elijamos, la forma como los organicemos y los relatemos.

Lo anterior me hizo acordar de una amiga que ha vivido mucho más que yo y ha tenido una vida infinitamente más interesante que la mía, sin embargo, un día me dijo: “Oírte hablar me hace sentir como si a mí no me hubiera pasado nunca nada, como si yo no hubiera vivido en absoluto”.

Acepto que soy exagerada y grandilocuente, pero también acepto que si en mis manos está elegir el lente con el que miro, prefiero el que distorsiona las imágenes malas hasta el punto de poder reírme de ellas. Por eso yo no recogí mierda en Londres, yo hice el mejor trabajo del mundo. ¿Y saben qué? Me pagaron en libras.

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