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Columnistas | PUBLICADO EL 12 octubre 2022

El kínder de Gaviria

A golpes, aprendimos dos lecciones: la educación básica exige presencialidad y, en los países en desarrollo, el acceso a la tecnología es un factor de corrección urgente porque profundiza la desigualdad.

A golpes, aprendimos dos lecciones: la educación básica exige presencialidad y, en los países en desarrollo, el acceso a la tecnología es un factor de corrección urgente porque profundiza la desigualdad.

No son cuentas alegres. Todavía no dimensionamos el daño que la pandemia sigue causando en la educación, en especial la preescolar. Con un temor razonable, colegios, profesores y padres de familia (que no somos epidemiólogos) dependimos de las directrices del gobierno y fuimos testigos de cómo la presencialidad en la economía se activó antes que en la educación (¡como si no fuera la semilla de toda economía!).

Según la Unesco, cerca de 153 millones de estudiantes dejaron de asistir a la mitad de sus clases durante los dos primeros años de la pandemia. Más de 60 millones perdieron tres cuartas partes de la tutoría presencial.

La misión de Jaime Saavedra, director de Educación del Banco Mundial, es desatrasar a estos niños. En The Economist, sentenció: “Esta generación puede estar perdiendo once trillones de dólares de sus futuros ingresos. Si no hacemos algo, un niño promedio que haya perdido colegio por la pandemia podría tener niveles de producción más bajos, que llevarían a una reducción de un 10 % de los ingresos que tendrá en su vida”.

Saavedra subraya que la pandemia prácticamente borró la educación preescolar. Los niños chiquitos se atrasaron más que los de secundaria (por asuntos propios del desarrollo cognitivo), y cita a James Heckman, premio Nobel de Economía, sobre “el alto retorno social y privado de las inversiones en la educación de primera infancia”.

Se desconoce el impacto real de esta catástrofe académica (y de salud mental, inherente a esta situación). A golpes, aprendimos dos lecciones: la educación básica exige presencialidad y, en los países en desarrollo, el acceso a la tecnología es un factor de corrección urgente porque profundiza la desigualdad.

Además de la calidad de la educación, tras la pandemia, ¿qué posibilidades competitivas tienen los alumnos de preescolar del sur de Asia y Latinoamérica, donde se optó por cierres de hasta dos años, frente a los de países como Suecia, donde hubo presencialidad permanente?

¿Qué recomienda Saavedra? Asegurar que todos los niños regresen a la presencialidad, evaluar en qué punto va el proceso de aprendizaje en cada país, priorizar habilidades fundamentales (alfabetización, aritmética y emociones) sobre el resto del currículo, y enseñar a cada niño según sus necesidades. Una decisión clave en esta coyuntura es la designación de técnicos y no burócratas o cuotas políticas en las carteras de Educación.

El ministro Alejandro Gaviria (experto en movilidad social) habló en El Tiempo sobre las medidas desarrolladas en la actualidad: pilotos de tutorías remotas (programa presentado por el BID); “voluntariados por parte de las universidades, para que estas apoyen de alguna forma la educación preescolar y básica media”; “plan de infraestructura escolar para llegar con educación a las regiones”; y mejoramiento de los datos de “Evaluar para Avanzar”, herramienta para que los docentes encaminen los refuerzos.

Los niños en edad preescolar, una generación, dependen de todos nosotros: familias, cuidadores, rectores, profesores, tutores voluntarios. De la voluntad política del gobierno actual. Y de Fecode (¡sí, señores, también es con ustedes!) 

Ana Cristina Restrepo Jiménez

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