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Los plazos de Musk nunca han sido realistas y su personalidad excéntrica se ha impuesto de diversas formas.
Por Lina María Múnera Gutiérrez - muneralina66@gmail.com
El mítico universo de Marvel creó en 2008 a un personaje carismático llamado Tony Stark, protagonista de Ironman. Genio, playboy, filántropo y millonario, se dice que fue inspirado en uno de nuestros villanos contemporáneos: Elon Musk. Y esta historia va de él.
Resulta que en su afán por llegar a Marte (que hasta ahora solo ha sido un fiasco, incluida la explosión del cohete de ayer), ha convertido trabajar en su compañía aeroespacial SpaceX en una actividad de alto riesgo. Un informe acaba de revelar que desde 2014 se han producido más de 600 accidentes laborales en distintas instalaciones de Estados Unidos. Estos incluyen miembros aplastados, amputaciones, electrocuciones, heridas en la cabeza y los ojos, quemaduras e incluso un fallecido.
La orden del señor Musk, que quiere ser el primero en colonizar el planeta rojo, y al más bajo costo, es que sus empleados trabajen más y a mayor velocidad, sin que la prioridad sea la seguridad. Con esto ha conseguido que la estadística de lesiones, solo en la sede del Centro Espacial Kennedy, haya sido en un año 27 veces superior al promedio de la industria. En ese entonces, 2016, la instalación empleaba 50 personas y 16 de ellas resultaron heridas de consideración.
Pero estos datos que a cualquiera asombran no han desbancado a SpaceX como segundo proveedor de la NASA. Por el contrario, hasta la fecha ha recibido de esa institución 11.800 millones de dólares, una cifra nada desdeñable con la cual Musk se reafirma en su ética de trabajo para ganarle terreno a sus competidores: reducir la burocracia al máximo, tomar atajos y huir de los protocolos de seguridad. Es decir, que sean los propios trabajadores y los jefes de equipo los que decidan qué es seguro para ellos, sin que la responsabilidad recaiga en ningún momento en la empresa.
Cuentan que los empleados han llegado a dormir en las instalaciones para cumplir con las extenuantes jornadas de trabajo (algo que ya se había visto en las oficinas de Twitter) y que algunos hasta han tomado estimulantes que se usan para el trastorno por déficit de atención y así poder aguantar. Los plazos de Musk nunca han sido realistas y su personalidad excéntrica se ha impuesto de diversas formas. Una que recuerdan especialmente los empleados que ofrecieron su testimonio para este informe es la de ver al magnate paseándose por las instalaciones disparando un lanzallamas mientras ordenaba pintar de negro o azul maquinaria pesada que, por protocolos de seguridad, deber ser siempre amarilla. Todo porque al señor no le gustan los colores brillantes.
Musk consolida así su imagen de villano, de genio loco, que busca explotar a los demás sin pensar en su condición humana. Tal vez su sueño distópico sea un mundo en el que no tenga que relacionarse con personas sino con máquinas, pero alguien debería ponerle freno. Las autoridades estadounidenses no parecen estar por la labor. A pesar de todos los accidentes denunciados solo han multado a la empresa por valor de 50.836 dólares. ¿Reímos o lloramos?