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Columnistas | PUBLICADO EL 23 agosto 2021

El infierno

Por david e. santos gómezdavidsantos82@hotmail.com

No existe en el hemisferio un país más desgraciado que Haití. Allí, en un espacio que hoy comparten un poco más de once millones de habitantes, se mezclan los infortunios naturales con la corrupción; los terremotos y huracanes con los golpes de Estado y los magnicidios. Cada noticia que sale de su suelo es al mismo tiempo un lamento de un pueblo que lo ha perdido todo —desde hace décadas— y una radiografía crítica de la incapacidad de los organismos multilaterales por ayudar cuando se les necesita.

Lo que va del 2021 es una muestra más de sus adversidades. Al descontrol político y social en el que quedó el país tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse a inicios de julio, se le sumó hace un par de semanas un terremoto brutal que, hasta ahora, deja más de dos mil muertos. Ya en el 2010, en uno de los peores sismos en la historia reciente, doscientos mil haitianos murieron y la catástrofe aportó más ruinas a las ruinas que ya era la isla. En ese momento, hace ya más de una década, el mundo pareció movilizarse para la recuperación de la nación caribeña, pero todo resultó en falsas promesas. Hasta la ONU, encargada de poner un poco de orden en el lugar, fue señalada cuando se denunció que algunos miembros de sus fuerzas de paz habían cometido violaciones sexuales a más de dos mil mujeres en el sitio que debían proteger.

Se repite la idea de que Haití es una nación inviable. Su débil institucionalidad, su imposibilidad para establecer un proceso democrático, el colapso de su economía y el paupérrimo sistema de salud que enfrenta a manos desnudas el cólera y el sida y ahora el coronavirus, le suman un peso insoportable a cualquier esperanza.

Las miserias absolutas, como las que han vivido los haitianos una y otra vez, son vistas en ciertos casos como la opción para construir desde los escombros un nuevo futuro. Este no es el caso. Acá una desgracia es únicamente el antecedente de otra más. Y el multilateralismo duerme. Con sus declaraciones inocuas o sus grupos de choque menor para un desangre de tal tamaño. Haití sufre y no puede salir solo del atolladero. No aparecen tampoco los que podrían darle una mano. Esa es la doble tragedia de un infierno que parece cíclico

David E. Santos Gómez

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