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No deberían escribirse en un mismo renglón los vocablos paisa y guasca. Se refieren a tipos humanos muy distintos, incluso antagónicos. Pero en estos días en que se activó la discusión por la arriada oficial del pabellón de Antioquia y la destrucción de otra famosa bandera en el Pueblito Paisa, varias personas reincidieron en el error de confundir aquellas denominaciones y alguien volvió a renegar del gentilicio tradicional de la región de Antioquia, Caldas, Risaralda y Quindío, del llamado País Paisa, para atribuirle costumbres, actitudes y caracteres indeseables. Valga la aclaración, de nuevo.
Ni paisa ni guasca están registrados en el Diccionario de la Academia. Sí aparecen, por ejemplo, en el libro de Colombianismos del padre Julio Tobón. El uso habitual les ha atribuido connotaciones opuestas. Así, me parece que el guasca bien puede catalogarse como sinónimo de guache, que el Drae define como persona ruin y canalla. Ni riesgos de asociar tal palabra con paisa.
Reafirmo lo dicho de tiempo atrás: El buen paisa no es ese antioqueño ordinario, extravagante, que se apologiza junto con vicios y costumbres grotescos, sino el individuo nacido en esta región maicera, altisonante por franco y abierto, hospitalario en sus actitudes familiares y sociales, a veces ríspido en modales, pero dueño de unos conceptos de honor y gallardía que hasta pueden parecer arcaicos.
Hay un talante paisa. Un modo de ser antioqueño, el que exaltó el expresidente Betancur en su Declaración de amor a la region y que defendió Uribe Uribe a comienzos del Siglo Veinte en el recordado discurso que tituló ¡Abajo los antioqueños! Ese carácter paisa, que no tiene nada que ver con lo guasca ni lo guache, conjuga elementos valorativos de dignidad personal, espíritu de libertad, sentido de laboriosidad y criterios de veracidad, justicia y bondad. Comporta toda una ética, pintada en el cuadro Horizontes de Cano que simboliza la colonización del Occidente colombiano y que señala el paisaje montañoso de la libertad del himno de Epifanio Mejía.
Es decir, y repito lo que escribí hace unos diez años en esta misma columna, que el paisa no tiene por qué asemejarse al sujeto impertinente, irrespetuoso y grosero (muchísimo menos al truhán y al mafioso con que a veces se les ha comparado) que han pintado en burda caricatura y que suele representarse en exagerados anuncios publicitarios, imitarse en algunos episodios bochornosos o reproducirse en populares series de television, de esas que deforman, maleducan y arman estereotipos infamantes.
De modo que entre el paisa y el guasca hay diferencias que no deben subestimarse. De la caracterización del paisa es inaceptable hacer una figuración inapropiada, sea por ignorancia, por ligereza o por aborrecimiento. El guasca es, sin más ni menos, un paisa degradado.