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Hablemos hoy de ausencias, de silencios y recuerdos, hablemos del duelo, de lo que es necesario hacer cuando los muertos se visten y se van, o se desnudan y se van, se disuelven. Hablemos un poquito de esa tristeza, y si quiere hacerla más enfática, pare de leer esta columna por un instante y ponga a un volumen moderado algo de Arvo Pärt, se dará cuenta lo mucho que duele el sonido de ese violín, lo sanador que es recuperar el silencio; es duro cuando alguien, nunca más, se puede despertar.
Ahora hablemos del último libro de Marcela Serrano, hablemos de “El manto”, de las contundentes páginas que escribió durante un año para recordar a su hermana, a Margarita, la más divertida de las cinco. “Cuando se muere el marido se es viuda. Cuando se muere el padre, se es huérfana. Líneas verticales, jerárquicas. No soy ni una ni otra. Soy algo innombrable porque mi pérdida es horizontal. Menudo problema: parto sabiendo que las palabras no alcanzan. No existe una para mi estado. No se ha inventado la palabra para la hermana que se quedó sin hermana”.
Este es un libro sobre la ausencia, sobre el duelo, sobre la soledad, el feminismo, la vanidad, sobre el cáncer, que fue lo que terminó llevándose a Margarita, sobre esa terrible enfermedad que, según una investigación, si hoy están sentadas a la mesa seis mujeres, al menos dos de ellas ya tuvieron cáncer o lo tendrán. También sobre la macabra lucha contra el cáncer que, paradójicamente, está financiada por los laboratorios que producen las drogas para los tratamientos y cuyos enormes beneficios económicos dependen de que las personas sigan enfermándose. “Es decir, su existencia pasa porque el cáncer no se cure. Una terapia efectiva los haría quebrar”. También sobre los absurdos sistemas de salud en Chile, tanto el público como el privado. “Hay que ser millonario para enfermarse en este país. Si no lo eres, te mueres, punto”.
¿Por qué no hay muerto malo? ¿Por qué la muerte nos congoja, nos hace creer que nadie debería partir? ¿Por qué el momento más íntimo es el de la agonía? ¿Qué pasaría si nadie muriera?, recuerdo el inicio contundente de “Las intermitencias de la muerte”, de José Saramago: “Al día siguiente no murió nadie” ¿Los muertos saben que lloramos?, buena pregunta, eso definiría muchas cosas en el duelo. Serrano reflexiona de manera breve y sencilla para enfrentar la materialidad de la muerte. Sin embargo, no importa cuánto escribas o escuches, “te falta una sola persona y ya ves el mundo vacío”, dice Philippe Ariès en “Historia de la muerte en Occidente”.