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Columnistas | PUBLICADO EL 26 marzo 2021

El don de la palabra

Por Agostinho J. Almeida@Agos_Almeida

El lenguaje puede definirse como un sistema de símbolos convencionales hablados, gestuales o escritos mediante los cuales los seres humanos pueden expresarse. Hablar, escribir y leer, han sido claramente ventajas competitivas de Homo sapiens durante su desarrollo como especie, pero muchas veces dada por sentado. Aunque existen especies que pueden comunicarse a través de diferentes mecanismos (por ejemplo, feromonas entre insectos o el “canto” de ballenas), somos privilegiados en el sentido de que es un rasgo único y a la vez universal (más de 6.000 diferentes en el mundo). Por no hablar de la relevancia cultural y psicológica que tiene el lenguaje en la sociedad e incluso en la definición del comportamiento humano en sí. La comunicación, con el lenguaje como componente clave, ha sido, por tanto, una piedra angular del desarrollo de la civilización como la conocemos: desde el aprendizaje, el almacenamiento y la transferencia de conocimiento hasta la gestión de grandes grupos. Por otro lado, la llegada de las redes sociales y otros canales masivos tanto dentro de las organizaciones como en la sociedad ha incrementado la capacidad de comunicación, generando retos gigantes, incluso desde el concepto de que es falso o no lo que se está comunicando. Ya para no hablar de tiranos y dictadores que han utilizado la comunicación como una forma de influenciar y generar odio: el mismo personaje que dijo “No te compares con nadie en este mundo. Si lo haces, te estás insultando a ti mismo porque eres único”, dijo “Si desea la simpatía de las grandes masas, debes decirles las cosas más crudas y estúpidas” (Adolf Hitler). Fuera de contexto, el mismo mensaje del mismo individuo puede generar un efecto muy distinto.

Con el pasar del tiempo he aprendido de la importancia que tiene la comunicación en casi todo: la construcción de relaciones, la formación de equipos, la docencia, el desarrollo de negocios o la innovación. Definir un propósito común es clave, pero no menos importante es asegurarse de que las personas no solo lo sepan, sino que lo apropien. Alguna vez escuché que “la sobrecomunicación nunca es un problema en una organización”; no necesariamente aplicable a todos los escenarios, pero un argumento poderoso si se desea alinear expectativas e incentivos. Por otro lado, es claro que debe contemplar múltiples variables, desde el contenido y canal hasta el cuándo (o cuándo no) y a quién. Así mismo, siempre me han fascinado las personas que tienen ese don de la palabra, ese privilegio de la comunicación clara y contundente; más aún, cuando le agregan otras competencias comunicacionales como las expresiones faciales y el lenguaje corporal. Y es una de las características que invariablemente he detectado en los grandes líderes. Esa comunicación efectiva se logra no solo a través de saber cómo expresarse, sino también con un elevado sentido de respeto mutuo, inspiración y sobre todo de saber escuchar (incluso muchas veces lo que no se dice). El poder de las palabras y su comunicación es innegable: las personas pueden olvidarse de lo que decimos, pero muy difícilmente se olvidarán de lo que les hacemos sentir cuando nos escuchan

Agostinho J. Almeida

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