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Por Ernesto Ochoa Moreno - ochoaernesto18@gmail.com
Encontré por estos días un articulito que publiqué cuando era columnista del desaparecido periódico “El Mundo” y que titulé “El placer del ridículo”. No tiene anotada la fecha, pero creo que pudo ser en la década de los ochenta del siglo pasado. Vieja, pues, la columna y más viejo yo que no resisto la tentación de reproducirla. Tiene su encanto, me parece. El encanto de los recuerdos y de los olvidos.
Hemos perdido el sentido de la risa. Dedicados, como estamos, a trascendentalizarlo todo, a dramatizarlo todo, a magnificarlo todo con un regusto trágico, no tenemos tiempo para el ridículo, es decir: para lo que hace reír. Si acaso, disimulamos el vacío ametrallando a carcajada limpia (o sucia, las más de las veces) los pequeños placeres de la vida en los ratos libres que nos deja el desamparo.
Hemos olvidado el placer del ridículo, que no es otra cosa que saber descubrir bajo la piel de las cosas y de las situaciones un aspecto risible que lo reconcilia a uno con la serenidad. Encontrar la posibilidad de una sonrisa en el mundo que nos rodea es una forma de sabiduría. O de ternura, si se quiere, que es casi lo mismo.
Tiene la risa un aspecto que etimológicamente no aparece en la raíz latina del vocablo, pero que era clara para los griegos. El verbo griego “guelan”=reír, significa también brillar, connotado con esa raíz “guel”, que da idea de luz. Así las cosas, la risa produce en el rostro humano la misma serenidad que el juego de la luz en la superficie del mar, de forma que se asocia con el vocablo “galene”, que es la calma del mar, de donde viene en español “galena” (mineral compuesto de plomo y azufre), y también el nombre del celebérrimo médico Galeno, que sirve para denominar a todos los profesionales de la medicina. Y al adjetivo galeno, que se aplica al viento o brisa suave del mar.
Supongo que el lector habrá sonreído compasivamente, con justa razón, ante este inesperado viaje por la etimología para demostrar que la risa es un estado anímico que ilumina y serena el espíritu. Es un error creer que la risa es solo el fruto burdo de un chiste o de una broma. Es algo más profundo. Es la afloración de los aspectos ridículos (que hacen reír) de la vida. Que siempre existen. Aun los hechos más trascendentales, si se levanta un poco el velo, dejan entrever un matiz risible que lo reconcilia a uno con le serenidad.
Defiendo, pues, el derecho a la risa como posibilidad de redención en medio de la angustia y la tragedia. Hasta Dios tiene una connotación lúdica que ha puesto de moda la teología moderna al proclamar el sentido de la fiesta. Por eso tiene razón Víctor Hugo cuando dice en Los Miserables que “la sonrisa suprema pertenece a Dios”.