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Columnistas | PUBLICADO EL 13 enero 2023

El derecho a disentir

Mientras en el Vaticano la lucha por el poder continúa, me quedo con el aporte de Ratzinger sobre el derecho a disentir, porque ahí está la clave para abrir las ventanas y que entre aire fresco.

Por Juan Carlos Manrique - jcmanriq@gmail.com

El duque alemán Everardo de Wurtemberg, gran esgrimista y cuyo lema era “me atrevo”, fundó en 1477 la universidad de Tubinga, ubicada en la región de Stuttgart. Tubinga tiene fama de ser la ciudad con la media de edad más baja de Alemania y una gran calidad de vida.

Por los albores de 1967, un año antes de que explotara dentro de la iglesia católica una bomba atómica llamada la Humanae Vitae, varios obispos preocupados por el impacto que tendría esta encíclica en las familias católicas decidieron hacer diferentes consultas sobre el derecho a disentir.

El cardenal Josef Frings, obispo de Colonia, consultó a un joven doctor en teología, llamado Joseph Ratzinger, quien para ese entonces era profesor de teología de la universidad de Tubinga. La misma universidad donde, su amigo, el teólogo suizo Hans Küng también era profesor.

En respuesta a la consulta, el joven teólogo Ratzinger presentó su opinión contundente: Existe el derecho a disentir porque por encima de todo, óigase bien, por encima de todo, se halla la propia conciencia. “Piensen y obren según su conciencia” concluyó Ratzinger, con los respectivos asteriscos.

La amistad entre Frings y Ratzinger, comenzó años atrás. Durante el concilio vaticano II (1962-1965), Ratzinger acudió como consultor de Frings, lo cual le permitió ser determinante en las declaraciones del concilio sobre dignidad y libertad. Por primera vez, de manera clara, se remarcó que la conciencia es sagrada y que nadie puede ser obligado a actuar en contra de ella.

Lo que hoy parecería obvio, no lo era para la época de los hechos, especialmente al interior de la iglesia católica. Qué mejor ejemplo que la Humanae Vitae. Para mí, Ratzinger con su defensa del derecho a disentir y sus aportes en el concilio, marcó su gran legado, que sigue siendo una luz del cambio por llegar.

Paradójicamente este cambio, está conectado con el primer y más importante concilio de la iglesia católica. El concilio apostólico de Jerusalén, celebrado alrededor del año 50 d. C. El mensaje final del concilio fue que San Pedro le dio la razón a San Pablo, quien había ejercido su derecho a disentir. Conciliaron en no inventarse cargas adicionales para los nuevos creyentes y respetar su libertad de conciencia. ¿Qué pasó años después? Cada agenda oculta inventó nuevas cargas.

La vida de los líderes que escriben la historia está llena de luces y sombras. Benedicto XVI no fue la excepción. Con su muerte, muchos han exacerbado sus sombras. Pueden tener razón. Yo, hoy prefiero quedarme más con sus luces.

Mientras en el Vaticano la lucha por el poder continúa, me quedo con el aporte de Ratzinger sobre el derecho a disentir, porque ahí está la clave para abrir las ventanas y que entre aire fresco. Me quedo con el joven teólogo reformista y no con Benedicto XVI, el Papa bifronte, como lo describe el periodista español Juan Arias. Me quedo con quien, en momentos difíciles, defendió la búsqueda de la verdad, como único camino para ser libres y respirar sin miedo.

Juan Carlos Manrique

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