viernes
0 y 6
0 y 6
Soy consciente de que en este mundo hay oficios raros desde que supe de la existencia de un “retenedor profesional”. Lo contrataban para que se apareciera en la casa de ciertas personas y evitara que salieran a reuniones sociales en las cuales no eran bienvenidas. Para retenerlas, tenía permitido disfrazarse y valerse de cuentos y mentiras. Por esos días conocí también a “organizadores de réplica inteligente” que ofrecían sus servicios a aquellos que necesitaban brillar en sociedad, pero que carecían de habilidades de conversación. O “agencias de aventuras”, ideales para añadir emociones fuertes a la vida de algún amigo aburrido. Desde niña supe de la existencia de semejantes oficios gracias a la lectura de El club de los negocios raros de G. K. Chesterton. En la novela, el autor inglés plantea un club secreto integrado por personas que han inventado alguna nueva y curiosa manera de hacer dinero. Desde esa lectura, por alguna razón que desconozco, jamás he dejado de pensar en el asunto. Por eso sé que hoy existen oficios como el calentador de camas del Holiday Inn de Kensington, el sommelier de agua del hotel Bad Ragaz y el paseador de patos del hotel Peabody. También hay probadores de toboganes, afiladores de lápices y escritores de frases de galletas de la fortuna. El ingenio colombiano ha dado su propia cosecha. Tenemos hacedores de filas, sobadores, toderos, alquileres de maridos, entretenedores de semáforo y chamanes que espantan aguaceros, por mencionar solo algunos que harían desencajar la mandíbula del propio Chesterton.
Hablo de esto porque estoy convencida de que una de las cosas más difíciles del mundo es encontrar una actividad en la que confluyan el gusto, el talento y la posibilidad de explotación económica. Para que lo anterior ocurra, los astros realmente tienen que alinearse, por eso es tan odiosa la frase “encuentra un oficio que te guste y así no tendrás que trabajar el resto de la vida”. ¿Cómo vamos a encontrarlo si nadie nos prepara para la búsqueda? El sistema educativo expulsa a quienes no encajan en el molde; las familias suelen escandalizarse cuando un hijo quiere dedicarse a algo no convencional; nos incitan a elegir profesión cuando ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos. Peor aún: para mucha gente elegir ni siquiera es una posibilidad.
Deberíamos prestarle más atención a la búsqueda de los talentos y pasiones, crear algo así como El club de los dones ocultos. Es demasiado triste la idea de andar por la vida sin descubrir qué nos entusiasma o para qué somos buenos. Por increíble que parezca, hay personas que nunca llegan a saberlo. No les gusta nada. No tienen hobbies. Es imposible encontrar qué regalarles. Paradójicamente, distraen la inconformidad con su trabajo llenándose de más trabajo. Creo que tiene razón aquel personaje de Murakami que tanto envidiaba a su amigo Tsukuro, porque, pese a ser tan joven, demostraba una marcada obsesión por las estaciones de tren, y entonces un día le dice: “Tú no te has dado cuenta, pero encontrar un tema de interés específico en la vida ya me parece suficiente logro”