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El cazurro Juan Manuel Santos abrió nuevo ciclo de incitaciones como protagonista mayor de la función. Evocaba la paz y al mismo tiempo estimulaba la guerra verbal, paradojas propias del jugador profesional.
Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co
Entretenidas las especulaciones acerca de los motivos que llevaron al presidente Petro a convocar a los grandes dueños del capital a una reunión en Cartagena. Algunos opinan que la cita es el augurio de un viraje en su pendenciero estilo de gobierno. Otros, que fue una estrategia de posar con los cacaos para enviar mensajes ilusorios. Nosotros, como escépticos, invocamos aquello de que “aprendiendo a dudar se aprende a pensar”. Por eso, sospechamos que el coloquio cartagenero puede ser desesperada estrategia para desviar el cúmulo de traspiés que en las últimas semanas ha tenido Petro ante las Cortes, el Congreso, las urnas y los estadios. Los días venideros comprobarán quiénes fueron ingenuos o quiénes acertaron en su esperanza de que se inicie un cambio de mentalidad en la Casa de Nariño.
Una semana después de este cónclave católico caribeño con Papa protestante, vino la conmemoración de los siete años de haberse firmado la paz entre el gobierno Santos y la cúpula de las Farc, ceremonia convertida en un polígono de lanzamiento de dardos envenenados. El cazurro Juan Manuel Santos abrió nuevo ciclo de incitaciones como protagonista mayor de la función. Evocaba la paz y al mismo tiempo estimulaba la guerra verbal, paradojas propias del jugador profesional. Razón tenía el repentista del decimonónico al decir que Colombia “es el país de las cosas singulares, donde la guerra la hacen los civiles y la paz la dan los militares...”.
La inasistencia de Petro al carnavalito santista irritó a Juan Manuel. Lo enardeció porque era el segundo desplante que le hacía don Gustavo. El primero de la cosecha de desaires se había dado meses antes en Cartagena, en la Cumbre de Paz, cuando le dejó la silla vacía, al estilo de Tirofijo con Pastrana en los inicios de las carnestolendas del Caguán. Ahora Petro persistía en la ausencia de la fiesta del vanidoso Nobel de la Paz.
Aquella repetida insolencia encendió la afilada lengua de los agravios. Santos trituró en la segunda jornada la legitimidad del proyecto de Paz Total, acusando a Petro de dar patente de corso a “Iván Mordisco”, a quien ya había tildado de “traqueto”. Luego volteó su escopeta regadera para apuntarle a Iván Duque. Le lanzó perdigones acusándolo de “desinterés en implementar el acuerdo de La Habana”. Esto originó la reacción de Álvaro Uribe quien, una vez más, le reclamó a Santos la violación del resultado de plebiscito del que salió derrotado de gancho con su otro nuevo mejor amigo, Timochenko. A los lejos de la fiesta se oía la canción: “Tongo le dio a Borondongo, Borondongo le dio a Bernabé...”.
Lo emotivo y rescatable del zafarrancho verbal de la conmemoración del nostálgico acto fue el coro de niños, hijos de desmovilizados de la subversión. Con sus cantos alegres y libres hacían recordar a los otros niños que nunca pudieron cantar porque se les quitó la alegría cuando ellos, sus padres y hermanos, estaban privados de la libertad en los campos de concentración de sus opresores.
Por ahora, ¡música maestro que el espectáculo no ha terminado!