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Columnistas | PUBLICADO EL 14 enero 2023

El 2023: un año para la esperanza

La esperanza, impulso humano, es una actitud de espera proyectada en el tiempo, pero que nos pone inmediatamente en obra, es decir, nos compromete con nosotros y los demás.

Por Luis Bernardo Vélez Montoya - redaccion@elcolombiano.com.co

El 31 de diciembre a las 12 p.m., empezó el tiempo de un año nuevo para el que nos hicimos propósitos y metas de toda clase. Con esto, buscamos siempre darle un poco de sentido a nuestras existencias. Lo hacemos para sostenernos y no caernos del veloz y ruidoso mundo que habitamos. Esto significa la palabra existir: sostenerse. Nos sostenemos y sostenemos a otros. Existimos. Nos trazamos propósitos para la existencia.

Cuando alguien hace un propósito nace una esperanza. La vida humana tiene de particular el ser inacabada, el estar siempre abierta a la transformación y al cambio, el seguir construyéndose. En esto, que todos de alguna manera sabemos o presentimos, está depositada nuestra esperanza: saber que podemos cambiar y nada está perdido o terminado.

La esperanza, impulso humano, es una actitud de espera proyectada en el tiempo, pero que nos pone inmediatamente en obra, es decir, nos compromete con nosotros mismos y con quienes hemos compartido los propósitos de cambio o de mejora. La esperanza se transforma en promesa y nos vincula con los demás en la medida en la que otros tienen esperanzas en mí y yo tengo esperanza en ellos. Como dice Nietzsche, ella no es el peor de los males y puede ser fundadora de lo humano. En la esperanza de ser mejores, de vivir mejor y hacer mejor las cosas, de cuidar nuestra casa común y a los otros está depositada la confianza social. La esperanza que se deriva de las promesas que nos hacemos fundamenta la confianza en las sociedades. En un texto publicado por el recién fallecido Joseph Ratzinger con el filósofo agnóstico Jürgen Habermas, titulado Entre razón y religión, ambos coinciden desde orillas distintas que el gran patrimonio de la tradición occidental es la esperanza. Este no es un patrimonio estéril o muerto, sino que alimenta y mueve a todos a la acción íntima, personal, colectiva y universal. No en vano, el cardenal Ratzinger, luego Benedicto XVI, titulará su segunda encíclica papal como Spe Salvi: salvados en esperanza.

El 2023 es un año de elecciones locales y vamos a elegir democráticamente a quienes dirigirán a Medellín. Podemos seguir sin rumbo, improvisando, destruyendo procesos con valor social, maltratando a la ciudad, a sus instituciones y a su gente; dividiendo y derrotando a la esperanza con el derroche de los recursos en vanidades mesiánicas o podemos, al contrario, elegir personas que nos devuelvan la esperanza de una ciudad justa, acogedora, segura, que progresa, que tiene procesos públicos transparentes y que se preocupa por disminuir la brecha de desigualdad y cuidar las instituciones. Una ciudad de esperanza para todos.

Tal vez la sabiduría humana consista en tener siempre esperanza y que esta sea un faro que ilumine no solo las noches, sino también los días. Puede que ser humanos signifique tener la esperanza de que podemos siempre y pese a todo proponernos ser, con otros y para otros, mejores humanos sin importar las diferencias.

La esperanza es el sueño del hombre despierto

Aristóteles

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