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Chútora, el protagonista de esta novela corta, llega como un regalo sorpresa en la noche de Navidad, es un puli auténtico pero sin los documentos del pedigrí.
Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com
Sándor Márai escribió esta novela, “Un perro de carácter” (1932), cuando no existía la hora perrito en los parques de esta ciudad, ni las bolsas de colores con popó en un mismo poste (o por todos lados), y eran impensables los grupos de WhatsApp de los dueños de los perros donde organizan cumpleaños, se aconsejan frente algún comportamiento extraño y ofrecen productos para mantener en óptimas condiciones a sus adorados mamíferos. Tampoco las papitos y mamitas perrunos compraban seguros para alguna emergencia y las aseguradoras no habían visto en este nicho, cómo no, una grandísima oportunidad de negocio. Tampoco existían los spa, las guarderías, las terapias para el estrés de los caniches, pero sí los psicoanalistas, por supuesto, los psicoanalistas siempre, y más en aquellos tiempos de entreguerras.
Chútora, el protagonista de esta novela corta, llega como un regalo sorpresa en la noche de Navidad, es un puli auténtico pero sin los documentos del pedigrí. Chútora es una cosa tan bella, al fin y al cabo, como dice el narrador, “de pequeño hasta el diablo es un encanto”, apenas tiene cuatro semanas, es el boceto de una obra de arte y se espera mucho de él, porque tiene que enamorar no solo a la señora, pues es el regalo para ella, sino a Térez, la empleada de la casa cuyo contrato incluye solo la atención a seres humanos.
Y claro, una criatura así, a esa tierna edad, llega para modificarlo todo, no importa si el señor, en otros tiempos ya hubiera criado perros, porque con este cachorro pasa algo excepcional: se acabó su disciplina como escritor y empieza a preguntarse por su curiosidad, le gusta el mundo interior del perro, hasta el punto de decir: “No puedo escribir y criar un perro”. Rápidamente, en los largos paseos, el señor, como tantos dueños de perros, reflexiona sobre la libertad y se ve hablándole a Chútura con un curioso plural: “Nuestras heces son perfectas y duras, ¿verdad?”, y lo dice sonriendo y mirándolo como si este fuera a confirmar que lo que ha señalado es exacto.
Este libro sobre un perro, en realidad, es un libro sobre la condición de todos los seres vivos.
Y como suele pasar en la mayoría de las novelas de Márai, y esta no es la excepción, la historia cambia en el momento menos esperado y nos vemos reflexionando sobre ideas confrontadoras, porque resulta que a pesar de que andamos por la vida a tientas, y cometiendo un error tras otro, vamos comprendiendo que, en el fondo, lo que amamos no es necesariamente lo hermoso y lo bueno, sino lo que se revuelve, gruñe y nos muestra los dientes; aquello que, en vez de virtud y aceptación, significa rebelión e incluso yerro; y también que, en última instancia, amamos más los defectos que las cualidades de los otros. Amamos el carácter, solo que, a veces, es difícil aceptarlo, o comprenderlo.