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Pájaros

En las mañanas la hembra trae ramitas, algún pedacito de corteza, hilitos sueltos, y en las tardes, creo, discuten asuntos de pareja porque qué escándalo tan precioso el que hacen.

29 de noviembre de 2024
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  • Pájaros

Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com

Cuando era muy niño, recuerdo que en casa había un pájaro enjaulado, se llamaba Garbancito. Era pequeñito y discreto. En las mañanas, mis padres le ponían alpiste y en las tardes, mi hermano y yo, limpiábamos el mierdero que dejaba. ¿Cómo un cuerpo tan diminuto cagaba con ese esmero?, me preguntaba mientras con asco veía los bollitos que eran chiquitos pero copiosos. Los más asquerosos eran los de color verdoso que no alcanzaban a secarse. Con agua y jabón debíamos dejar esa bandeja impecable antes de salir a jugar. Yo creo que Garbancito era feliz con nosotros o, simplemente, de tanto estar encerrado, el mundo externo le daba miedo, porque no fueron pocas las veces que, por descuido, dejamos la puerta abierta de la jaula y el pajarito seguía ahí, campante, alegrándonos con sus trinos cortos y con su popó abundante.

Garbancito murió un 31 de octubre, fue cruel el condenado, ¿cómo es posible que un integrante de la familia se muera ese día, cuando uno es niño y quiere estar feliz pidiendo dulces? Para vengarme, recuerdo que me disfracé de tigre y simulé que me lo comía para que por siempre, dentro de mí, habitara un pájaro. Mi hermano le fabricó un pequeño ataúd de madera y el primero de noviembre, día de todos los muertos chiquitos, incluidos los pajaritos, digo yo, lo enterramos en el antejardín de aquella casa.

Desde entonces, y lo digo de verdad, habita un pájaro dentro de mí, todo lo que tenga alas me interesa; por algo, y en eso me considero muy afortunado, no me despierto con una alarma horrible que hace que el día empiece con los pelos de punta y el corazón agitado, sino que tengo la dicha de abrir los ojos apenas empieza la algarabía más armónica y puntual de los pájaros antes de descollar el alba.

Justo por estos días, y hasta que se acabe el invierno del norte, estoy embobado y atento porque empiezan a llegar los pájaros que buscan tierras tropicales. Ya arribó la piranga roja y su parejita amarilla y ayer vi uno que no había visto antes, un chipe trepador. Hay mucha vida en la vista que tengo al frente, en mi balcón. En una vasija amarilla, donde tengo sembrado un pescadito que hace rato no florece, a una parejita de eufonías les dio por hacer un nido. En las mañanas la hembra trae ramitas, algún pedacito de corteza, hilitos sueltos, y en las tardes, creo, discuten asuntos de pareja porque qué escándalo tan precioso el que hacen.

Tiene razón Jennifer Ackerman al dedicar su vida al estudio de las aves, a conocer mejor estos seres vivos. Por estos días estoy embelesado leyendo “La conducta de los pájaros”, donde queda muy claro que existe el modo de ser de los mamíferos y el modo de ser de las aves. Ahora, los pájaros no siempre son tan queridos y tiernos como los idealizamos, en el universo de ellos hay toda una novela negra: hay maldad, hay engaño, hay muerte, hay historias que se las debo porque se me acabó el espacio.

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