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Feliza Bursztyn

Jacobo y Chaja aceptaron sin esfuerzo esta invitación, “no tanto por las magias anunciadas del cambio de las estaciones, sino por escapar al clima de odio que se respiraba en Europa.

20 de diciembre de 2024
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  • Feliza Bursztyn

Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com

¿Dónde estaríamos si ese barco no hubiera llegado a Colombia?, le pregunta la artista Feliza Bursztyn a quien fue el último amor de su vida, Pablo Leyva. Y se lo pregunta, una vez más, porque si Feliza no hubiera nacido en Colombia, si sus padres no hubieran estado de viaje cuando Hitler subió al poder, si su madre no se hubiera dado cuenta de su embarazo en 1933, ¿cómo habría cambiado su vida? ¿Estaría donde estaba ahora, en este apartamento en París que no era suyo, lejos de su casa y de sus cosas y de las memorias de su familia? La historia siempre terminaba con la misma frase: “Todo fue por culpa de un barco”, porque así se lo había dicho su padre, quien migró con su esposa, por sugerencia de un amigo, a “ese país fantástico donde se vivía en paz y se viajaba del invierno al verano manejando tres horas por carreteras de montaña”.

Jacobo y Chaja aceptaron sin esfuerzo esta invitación, “no tanto por las magias anunciadas del cambio de las estaciones, sino por escapar al clima de odio que se respiraba en Europa. Luego vino lo demás: el nacimiento de Feliza, la decisión de no regresar, la diaria demostración de que la decisión había sido un acierto”.

En su libro más reciente, “Los nombres de Feliza”, Juan Gabriel Vásquez decide recapitular los meollos de la vida de una artista que hizo de la chatarra arte y fue acusada, en tiempos del Estatuto de Seguridad, promulgada durante el gobierno de Julio César Turbay Ayala, de un delito que nunca fue revelado. Feliza Bursztyn, cercanísima de Marta Traba, amante de Jorge Gaitán Durán, amiga de Hernando Valencia Goelkel, Eduarto Cote, Alejandro Obregón, Álvaro Cepeda Samudio, Rogelio Salmona, Santiago García, Patricia Ariza y Gabriel García Márquez, tuvo que hacer su vida cuando en Colombia todo aquel que no le gustaran ni los curas ni los militares era acusado de ser comunista. Feliza Bursztyn fue artista, grandísima, a pesar de que muchos quisieron que no lo fuera.

Alguna vez Marta Traba le contó a Feliza lo mucho que quería a Colombia, pero, al mismo tiempo, lo mucho que este país la había agotado. “Todo es una guerra”, le decía. “Todo es una guerra que no se acaba nunca, que se pelea contra todo el mundo”. Feliza tuvo que huir primero a México y luego a París para defender su libertad, sin embargo, y esto me resulta paradójico, ella siempre quiso vivir en Colombia, pero la envidia, la sociedad pacata, la ignorancia, no se lo permitieron. “Soy más colombiana que el presidente de la República”, solía decir en sus últimos días. Más aún: mucho antes de que tuviera que abandonar Colombia, una revista les preguntó a varios artistas colombianos en qué ciudad del mundo querían vivir, y Feliza fue la única que contestó: ‘En Bogotá’, recordará García Márquez en una columna que escribió el 20 de enero de 1982 y que fue, digamos, el punto de partida de esta historia donde se mezclan las carcajadas, una tristeza infinita y un barco que por fortuna llegó.

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