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Amable lector. A partir del año 1918 se estableció el impuesto sobre la renta en Colombia, con tarifas del 1 %, 2 % y 3 %. Desde entonces la felicidad de muchos se perturbó y cada nueva reforma tributaria les mengua aún más su quebrantado optimismo. Y, los que deberían pagar, así sea un poco, se rasgan las vestiduras para impedir semejante atropello. Es verdad que a los contribuyentes les duele más que pagar los impuestos, el derroche que hace en todos los estamentos del Estado.
El problema de casi todos nuestros gobernantes es el de aplazar, diferir y posponer, la solución de problemas, que de alguna manera afectan privilegios de unos pocos, en detrimento de la mayoría. A manera de ejemplo, las exenciones tributarias, el régimen de pensiones de jubilación indebidas y el tímido manejo del narcotráfico.
La figura más sobresaliente en el campo de la Hacienda Pública sigue siendo Esteban Jaramillo, natural y vecino de Abejorral. Los liberales lo miraron con desconfianza, pero siempre que tuvieron problemas, al primero que llamaban era a él.
Hago esta breve mención porque desde hace más de 100 años, en el país se viene hablando del tema impositivo. A lo largo de estos años han figurado personas de gran conocimiento sobre el tema de los impuestos. No obstante, el Gobierno nacional consideró prudente traer al país expertos internacionales para que nos digan cómo suprimir buena parte de las exenciones tributarias, que no solo crean inequidad sino que merman, de manera significativa, los ingresos del Estado.
Quizá fuera más prudente traer personas del exterior, que nos enseñen cómo preparar el ajiaco bogotano, la bandeja paisa o el manjar blanco del Valle. Lástima que nadie les explique a los superiores que, en una mañana de trabajo, sería suficiente para que unas pocas personas de las nuestras, de buen criterio, señalen las exenciones tributarias que deberían eliminarse.
Y agrego algo más, en dos o tres semanas de trabajo, el director de impuestos nacionales, con los más calificados funcionarios de la Dian y la asesoría de unas pocas personas de acá, que conozcan el manejo de las empresas y que piensen más en los intereses de la comunidad que en los de unos pocos, sería suficiente para presentar un proyecto de ley que, sin modificar las tarifas, permita un manejo racional y eficiente de los impuestos.
Con todo respeto por quienes consideran que no se requiere de una reforma tributaria, creo que nunca existió un momento tan crucial como este para tener una ley que haga más racional y equitativo el pago de los impuestos. Ojalá que hubiere un vecino cercano al Palacio de Nariño para que le muestre al jefe de Estado el alambicado y abultado Estatuto Tributario, le lea algunos artículos y le pregunte si los entendió.
Igual que en Las Mil y Una Noches, creo que ya casi las alcanzo, debo decir, una vez más, la urgencia y necesidad de simplificar el régimen tributario para que los impuestos sean más justos y no alejen la inversión. Pues sin el ahorro cada vez estaremos más pobres.