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Una noticia reciente me suena familiar. En los primeros días de enero, las escuelas públicas del estado de Seattle, en Estados Unidos, presentaron una demanda contra los gigantes tecnológicos detrás de TikTok, Instagram, Facebook, YouTube y Snapchat, en la que los responsabilizan por la crisis de salud mental entre los jóvenes. Los culpan de empeorar los problemas del comportamiento, la ansiedad, la depresión, los trastornos de alimentación y el ciberacoso. Dicen que su presencia en la vida de los chicos ha dificultado la educación y obligado a las escuelas a incurrir en mayores gastos para contratar más profesionales de la salud mental, desarrollar clases sobre los efectos de las redes sociales y brindar capacitación a los maestros.
La demanda -de 91 páginas- alega que las empresas de redes sociales impulsan productos perjudiciales para los niños y jóvenes. Entre 2009 y 2019, aumentó en 30% la cantidad de estudiantes de las escuelas de Seattle que dijeron “haberse sentido tan tristes y desesperanzados casi todos los días durante dos semanas seguidas o más, que dejaron de hacer sus actividades cotidianas”, lo cita el diario USA Today.
Muchos de los datos que componen el dossier fueron extraídos de las declaraciones que dio ante el Congreso de Estados Unidos en 2021, la ex empleada de Facebook (que es propietaria a su vez de Instagram) Frances Haugen, cuando señaló que estudios internos de la empresa mostraron que la compañía sabía que Instagram afectaba negativamente a los adolescentes al dañar su imagen corporal y empeorar los trastornos alimentarios y los pensamientos suicidas. Dijo que la plataforma priorizaba las ganancias sobre la seguridad y ocultaba sus hallazgos a los inversionistas y al público. También los reclamantes de Seattle se basaron en la investigación del Wall Street Journal que filtró documentos internos de Facebook que contenían información tan delicada como el hecho de que el 32% de las chicas adolescentes dijeran que cuando se sentían mal con sus cuerpos, Instagram las hacía sentir peor o, que el 13% de los usuarios británicos y el 6% de los estadounidenses vincularan el deseo de quitarse la vida con el uso de Instagram.
¿Lo saben los gigantes tecnológicos? Sobre esta misma pregunta oscilaron por décadas demandas millonarias contra las tabacaleras primero, cuyos anuncios señalaban que el cigarrillo era inocuo. Lo negó también durante años la farmacéutica Purdue, cuando la acusaron de desencadenar la crisis de opioides con su droga OxyContin, una historia que recoge con maestría la miniserie Dopesick, gracias a la investigación de la periodista Beth Macy.
¿Cuánto tardaran estos colosos en responsabilizarse? Por la urgente crisis de salud mental entre los más jóvenes, confío en que la evolución de las demandas y la solidez de sus argumentos sea tan exponencial y acelerada como lo ha sido hasta ahora el frenético crecimiento de las plataformas acusadas