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La milicia radical islamista Hayat Tahrir al Sham (HTS), considerada terrorista por occidente y quien hasta hace muy poco estaba vinculada a Al Qaeda y al Estado Islámico, lideró el ataque y prometió una transición política.
Por David E. Santos Gómez - davidsantos82@hotmail.com
Una década y media después -meses más, meses menos- la primavera árabe parece encontrar un cierre de ciclo con la caída del régimen de Bashar al Asad en Siria. Lo que inició en Túnez en diciembre del 2010 cuando Mohamed Bouazizi, vendedor ambulante, fue despojado de su mercancía y se inmoló en forma de protesta, trascendió como el movimiento popular que dio fin al gobierno de 23 años de Ben Alí en ese país, al de 30 años de Hosni Mubarak en Egipto y al de Muamar Gadafi de 42 años en Libia. La familia Al Asad (que sumaba al padre Hafez gobernante desde el 71 hasta su muerte en el 2000 y a su hijo Bashar desde entonces) aparecía en la lista como la siguiente tiranía en caer. En el 2011 estuvo cerca de consumarse el golpe, pero la mano brindada al gobernante por Vladimir Putin fue decisiva. Al Asad resistió y desde entonces Siria fue el bastión ruso en Medio Oriente.
Hasta hace dos semanas. Los principales aliados del dictador, Rusia e Irán, y por consecuencia Hezbolá, ensimismados en sus conflictos, con Ucrania y con Israel, disminuyeron su apoyo al gobierno sirio y los diferentes grupos rebeldes, que combatieron una sangrienta guerra civil contra el ejército del régimen, vieron la oportunidad anhelada y en cuestión de semanas dieron la estocada. Enemigos entre ellos, las diferentes facciones encontraron en la dictadura de Al Asad un enemigo común y tomaron una ciudad tras otra sin encontrar resistencia. La milicia radical islamista Hayat Tahrir al Sham (HTS), considerada terrorista por occidente y quien hasta hace muy poco estaba vinculada a Al Qaeda y al Estado Islámico, lideró el ataque y prometió una transición política. También una nueva constitución. Bashar al Asad, por su parte, recibió asilo de Moscú.
Los espejos en los cuales puede mirarse Siria para imaginarse su futuro son las naciones resultantes de las revueltas del 2010 y 2011. Y estos modelos son opacos. Es muy posible que las fuerzas políticas y militares que ahora pretenden controlar el país desencadenen una lucha igual de violenta que la que precedió la caída de la dictadura y que ya dejó cerca de 600 mil muertos y más de 12 millones de refugiados. La ubicación estratégica del país, además, obliga a las potencias a no perder de vista el desarrollo del conflicto y a involucrarse en él. Rusia, gran derrotado de la situación, tiene posiciones militares clave allí e Israel, uno de los ganadores de la revuelta, ha encajado cientos de bombardeos en Damasco, tomó control de los Altos del Golán y destruyó lo que asegura son centros de fabricación de armas sirias.
Aun cuando la caída de un régimen tiránico como el de Al Asad es siempre un motivo de esperanza para su pueblo, en el caso sirio el futuro está lejos de ser prometedor. Las fuerzas que se disputan la nación, desde adentro y desde afuera, pueden tirar hasta despedazarla.