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Hoy el panorama se dibuja a la inversa. Los laboratorios y los salones estadounidenses enfrentan el vaciamiento de sus mentes más brillantes que hacen el recorrido contrario.
Por David E. Santos Gómez - davidsantos82@hotmail.com
La última andanada de ataques del gobierno de Donald Trump a las universidades en Estados Unidos, que incluye las recientes ofensivas a Harvard, el recorte de subsidios y las amenazas con las que pretende impedirle el registro de alumnos extranjeros por no entregar su autonomía universitaria, representa una arista más en la batalla política y cultural de mayor peso en la nueva presidencia del republicano. Mientras otras universidades -quizá la más destacada de ellas sea Columbia- dan su brazo a torcer frente a las intimidaciones de la Casa Blanca, otras insisten en plantarle cara al presidente y pagar las consecuencias. Las instituciones más ricas tienen el soporte monetario para enfrentar el reto, pero la gran mayoría debe escoger entre la obediencia o la desaparición.
En los campus estadounidenses hay incredulidad y frustración. A la incertidumbre de planes académicos que pueden ser eliminados en cualquier momento o la posibilidad latente de la anulación de visas para alumnos extranjeros que están en medio de sus programas, se sumaron en los últimos meses las declaraciones de profesores e investigadores de renombre que anunciaron que se van o que están pensando irse del país.
El filósofo Jason Stanley, reconocido científico de Yale, experto en crisis de la democracia y autor del libro ¿Cómo funciona el Fascismo?, aseguró que se va con su familia para Canadá. Refiriéndose a los ataques a las universidades y a las instituciones democráticas estadounidenses Stanley no duda en calificar al gobierno de Donald Trump como un régimen no democrático. “Ya se ha roto el Estado Derecho. Están deteniendo estudiantes. Creo que ya somos un régimen fascista”, declaró a BBC.
En un video de opinión publicado por el New York Times, a Stanley se le sumaron los académicos Marci Shore y Timothy Snyder, también de Yale, para anunciar que dejaban Estados Unidos. “Somos como personas en el Titanic diciendo que nuestro barco no puede hundirse. ‘Tenemos el mejor barco, el más grande y el más fuerte’. Y lo que sabes como historiador es que no existe tal cosa como un barco que no pueda hundirse”, dijo Shore, experta en totalitarismos.
Por décadas, a lo largo del último siglo, Estados Unidos fue el destino predilecto de los científicos más brillantes del mundo. Muchos de ellos abandonaron sus países por la Guerras Mundiales o la Guerra Fría, atraídos por las promesas de la potencia capitalista. Encontraban en la financiación generosa del gobierno y la libertad de algunas instituciones la combinación ideal para adelantar sus investigaciones. Hoy el panorama se dibuja a la inversa. Los laboratorios y los salones estadounidenses enfrentan el vaciamiento de sus mentes más brillantes que hacen el recorrido contrario. Estados Unidos, lo dijo la Unión Europea, no es por ahora una nación en la cual se puede confiar. Los que se van y los que se quedan, alumnos y profesores, concuerdan en que todo es culpa del presidente Donald Trump.