Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
He procurado, aun en los momentos más oscuros de mi alma y más penosos del país o la ciudad, poner sobre la mesa un tema amable, posibilista y ofrecer a los lectores una brizna de poesía.
Por David Escobar Arango - david.escobar@comfama.com.co
¿Quién es Gabriel?, me preguntan de vez en cuando. Gabriel es un personaje imaginario, creado a partir de gente que quiero y con la que converso. Una mezcla de amigos, mentores y ancestros, vivos o muertos. Gabriel es, le digo a otros, un recurso para que un ingeniero sin formación en escritura pueda elaborar en pocas horas un texto razonablemente digerible por los lectores y pasable para sí mismo. Gabriel es, explico, el nombre de mi abuelo y de mi padre. Además, según la tradición abrahámica, de la cual emergen tres de nuestras religiones más practicadas, Gabriel es el arcángel mensajero, el de la anunciación, el portador de las buenas noticias.
Durante siete años he escrito, con la mayor disciplina posible, una carta semanal, con la ilusión de tocar algún corazón, de sacudir una cabeza inquieta o de agitar las conversaciones de mi región. Desde que Martha Ortiz, en ese entonces directora de El Colombiano, me invitó a este ejercicio, le advertí que sería un columnista raro, que no era capaz de estar criticándolo todo, señalando los problemas del mundo, prediciendo el Apocalipsis ni denunciando la maldad humana. He procurado, aun en los momentos más oscuros de mi alma y más penosos del país o la ciudad, poner sobre la mesa un tema amable, posibilista y ofrecer a los lectores una brizna de poesía.
Lo hice porque creo en el poder de las conversaciones. “Hablamos mucho, pero conversamos poco”, escribí en mi primera publicación. “Estoy enamorado de la idea de que las conversaciones que tenemos, como escribió Humberto Maturana, pueden cambiar el mundo”, consigné en el manifiesto que hoy releo. Sigo convencido de que conversar puede transformar a personas, familias y organizaciones. Pienso, igualmente, que el diálogo público, su fondo y, por supuesto, sus formas, pueden cambiar una sociedad.
Por eso, debemos prestar más atención al lenguaje y las maneras de los líderes, debemos buscar a personas amables, sinceras y de corazón limpio para que nos dirijan. Gente que valore los buenos modales, hombres y mujeres que propongan temas serios y profundos, por encima de las críticas personales y los posts llenos de errores de ortografía. El respeto de un líder por los demás implica proponer conversaciones de valor y hacerlo de una manera bondadosa.
Quizá por eso decido este “Hasta luego”. Dejo de escribir esta pieza por unos meses porque me han invitado a intentar un par de libros. “Intente bien”, me decía un viejo profesor. No sé cómo se escribe un libro como tampoco sabía de columnas cuando comenzó mi septenio en este espacio dominical. Pero espero aprender, aspiro a que mis vivencias, historias, lecturas, viajes, errores, fracasos y alguno que otro éxito que la imaginación sobredimensiona, puedan inspirar o, al menos, provocar a otros.
Extrañaré esta terapia de transmitir una emoción o una idea en 550 palabras semanales. Me harán falta los comentarios de los lectores, que han sido, sobre todo, amorosos. Continuaré compartiendo pensamientos y belleza en algunas de mis redes. “Solo con la belleza me conformo”, escribió Nicanor Parra. Gracias infinitas a cada lector y lectora, a este medio, esencial para la democracia y a sus directivas, a mis editoras y, en particular, a mis Gabrieles, personas que comprenden que conversar es un arte necesario que se perfecciona con los años y que, poco a poco, indefectiblemente, va transformando el universo.
• Director de Comfama.