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La pedagogía de la democracia

Los regímenes autoritarios son eficaces... hasta que destruyen las libertades. Las dictaduras parecen dar orden... hasta que suprimen la voz del ciudadano.

hace 7 horas
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  • La pedagogía de la democracia

Por Daniel Duque Velásquez - @danielduquev

En las clases que dicto en la universidad EAFIT suelo hacer unas preguntas sencillas al comenzar mi curso para tener algo de contexto: ¿qué hace un concejal?, ¿cómo se elige un magistrado?, ¿para qué sirve la democracia? Casi siempre el silencio es la respuesta. Jóvenes brillantes, curiosos, con acceso a información ilimitada, pero con muy poca comprensión de cómo funciona el Estado, de cuáles son sus derechos y deberes, o de por qué la democracia importa.

Eso, más que una anécdota académica, es una alerta. Hemos descuidado la pedagogía de la democracia, y hoy estamos pagando el precio. La educación cívica desapareció del aula, la conversación sobre lo público se volvió sospechosa y el debate político se contaminó de emociones extremas y desconfianza que solo empantanan la discusión. En ese vacío crecen los populismos, que se aprovechan de la frustración de la gente para ofrecer soluciones mágicas y enemigos a la carta que hay que destruir a toda costa para “salvar la patria”.

La falta de formación ciudadana empieza en casa y en el colegio. Nos enseñan a sumar, a memorizar los ríos europeos y asiáticos o a conjugar verbos, pero casi nunca a participar, a deliberar, a construir acuerdos. Y sin esas competencias cívicas mínimas, es fácil caer en la trampa del líder que promete hacerlo todo por nosotros, que nos dice que el problema es “el otro” o que plantea que el Congreso, los jueces y los periodistas son obstáculos para “el cambio” que deben ser removidos.

Estamos entrando en una espiral peligrosa: la de la desafección democrática. Cada vez más personas creen que la democracia no sirve porque no resuelve los problemas inmediatos. Pero esa idea ignora algo fundamental: la democracia no es un remedio rápido, sino un sistema de corrección permanente. Su fuerza está en el equilibrio, en los contrapesos, en permitir el disenso y en procesar los conflictos sin violencia.

Los regímenes autoritarios son eficaces... hasta que destruyen las libertades. Las dictaduras parecen dar orden... hasta que suprimen la voz del ciudadano. La democracia, con todos sus defectos, sigue siendo el mejor sistema que hemos creado para garantizar dignidad, libertad y justicia. Pero necesita cuidado: instituciones fuertes, prensa libre, una justicia independiente, y sobre todo, ciudadanos que la entiendan, la valoren y la defiendan.

Esa defensa empieza en lo cotidiano: en escuchar al que piensa distinto, en no difundir mentiras, en exigir transparencia, en votar con conciencia, en no justificar los abusos “porque los comete mi bando”. Cuidar la democracia es un acto de amor y de responsabilidad.

Quizás por eso, más que reformas, lo que Colombia necesita es una gran pedagogía democrática. Una cruzada cívica que vuelva a enseñar el valor del voto, el rol del Estado, la importancia del diálogo y del respeto por las instituciones. Porque si seguimos criando generaciones que no entienden ni confían en la democracia, terminaremos perdiéndola sin darnos cuenta.

Y cuando eso ocurra —como ya se ha visto en otras latitudes— no habrá líder salvador que pueda devolvérnosla.

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