Pico y Placa Medellín
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Lo que está en juego aquí no es si Medellín debe tener o no una piscina de olas. Lo que está en juego es la forma en que concebimos y gestionamos los grandes proyectos urbanos.
Por Daniel Duque Velásquez - @danielduquev
En Medellín estamos acostumbrados a que los grandes anuncios de infraestructura lleguen como revelaciones sorpresivas: renders espectaculares, cifras millonarias y frases grandilocuentes. El proyecto Mar Medellín no ha sido la excepción. De un día para otro, el alcalde Federico Gutiérrez anunció un complejo deportivo de casi 200 mil millones de pesos en el sector del aeroparque Juan Pablo II, con la promesa de convertirlo en uno de los mejores escenarios para el triatlón en el mundo.
Lo primero que quiero dejar claro es que no critico la necesidad de intervenir el Juan Pablo II. Todo lo contrario. Soy usuario frecuente de su pista de ciclismo y conozco las necesidades que tiene el complejo y su deterioro paulatino de los últimos años. Hace rato Medellín necesita invertir en la recuperación y modernización de este espacio, y qué bueno sería contar con instalaciones de talla internacional que motiven a más ciudadanos a ejercitarse.
Mi crítica no es al “qué”, sino al “cómo”. Un proyecto de esta envergadura no puede aparecer como un conejo sacado del sombrero, sin discusión previa, sin estar en el Plan de Desarrollo aprobado por el Concejo y sin un proceso de socialización serio. Lo que debería ser un proyecto de ciudad se presentó más bien como un capricho unilateral del alcalde. Y ese es el verdadero problema.
Porque cuando una obra se anuncia sin consulta ni planeación, lo que se genera es desconfianza. Y la confianza es el insumo más valioso en cualquier democracia. Medellín ha tenido suficientes experiencias de proyectos que nacen entre aplausos pero terminan en líos jurídicos, sobrecostos o frustraciones colectivas. ¿No deberíamos aprender de esas lecciones?
Además, la reacción del gobierno frente a las críticas fue todo menos constructiva. El secretario de Gobierno, Nicolás Ríos, redujo la discusión a una pelea entre los “bien pensantes” que, con argumentos, hemos hecho preguntas, y luego bloqueó los comentarios en su publicación. Esa actitud no solo es poco democrática: también desconoce que la ciudadanía tiene derecho a preguntar, cuestionar y deliberar sobre el uso de los recursos públicos. Eso no es incomodar, es fortalecer la democracia, es ejercer la ciudadanía.
Lo que está en juego aquí no es si Medellín debe tener o no una piscina de olas. Lo que está en juego es la forma en que concebimos y gestionamos los grandes proyectos urbanos. ¿Queremos obras que nacen de un anuncio en rueda de prensa o queremos proyectos construidos colectivamente, con rigor técnico y con legitimidad social?
El alcalde todavía tiene la oportunidad de corregir el rumbo: abrir el debate, convocar a la academia, a las organizaciones sociales, al sector privado y al Concejo de Medellín para discutir cómo debe materializarse esta inversión. Convertirla en una oportunidad de ciudad y no en una imposición.
Criticar un proceso opaco o improvisado no es criticar por criticar. Es exigir que Medellín se gobierne con seriedad, participación y respeto por sus ciudadanos. Eso, al final, es lo que nos permitirá construir proyectos que sean verdaderos legados colectivos.