Pico y Placa Medellín
viernes
3 y 4
3 y 4
La amistad no está desapareciendo, pero sin duda sí ha ido mutando, algo se pierde cuando solo nos contamos la vida en vez de compartirla.
Por Amalia Londoño Duque - amalulduque@gmail.com
No estoy muy segura si es por ser mamá de dos hijos, por haber tenido hasta hace poco un trabajo de tiempo completo o por estar, además, a cargo de mi mamá. No sé si se deba a este tiempo acelerado en el que vivimos, con pantallas encendidas casi 24/7, mensajes que llegan de todos lados —de gente que queremos, de marcas, de números desconocidos—. Pero siento que cada vez tenemos menos tiempo para los amigos.
Aunque, pensándolo bien, no sé si sea menos tiempo o si el tiempo se volvió otra cosa.
Leí hace poco en un artículo de Eldiario.es que quizá seguimos viendo a los amigos, pero con cita en el calendario, con hora de inicio y de salida, como quien reserva una reunión. Lo llaman catch-up culture y decían allí que era “una forma de relación en la que la amistad se vive a base de ponerse al día de vez en cuando, en lugar de compartir tiempo y experiencias de forma continuada”.
Nos vemos para contarnos la vida, no para vivirla juntos.
Supongo que cuando internet no existía también se agendaban encuentros. Pero intuyo que eran menos rígidos, menos negociados. Había espacio para lo imprevisto, para que la amistad ocurriera sin tanta planificación. Eran encuentros espontáneos y fáciles.
Hoy, sin embargo, pareciera que el cariño también se mide en eficiencia: cuánto duró el encuentro, cuántos temas alcanzamos a cubrir, si quedó algo pendiente y cuando decimos “tenemos que vernos” muchas veces no estamos haciendo una promesa, sino lanzando un deseo al aire que casi siempre se disuelve.
Decimos ‘tenemos que vernos’ dejando al aire el cuándo, el dónde, casi todo. Como manifestando que nos gustaría, pero aceptando al mismo tiempo que entre tanta cosa agendar en el calendario posiblemente no sea tan sencillo.
La amistad no está desapareciendo, pero sin duda sí ha ido mutando, algo se pierde cuando solo nos contamos la vida en vez de compartirla, y también cuando para sostener una relación terminamos metiendo los encuentros de la vida entre la agenda laboral de Google, de 12:15 p.m. a 1:35 p.m.
Como una revolución a todo eso, pero incluyendo una planeación y un ahorro de casi cuatro años, hace apenas un mes hice un viaje con todas mis amigas del colegio. Parecía mentira que estuviéramos todas en un avión yendo hacia otro lado, sin todas las responsabilidades diarias, repitiéndonos las mismas historias de siempre, riéndonos de las mismas cosas, pero reconociéndonos distintas, muy distintas, con el paso del tiempo y los cambios de la vida marcados en la personalidad de cada una.
Y mientras nos absorbe un mundo acelerado que nos vende cada momento de la vida como una tarea por cumplir, este tipo de encuentros actúan como un botón de reinicio o como uno de pausa para todo eso en lo que nos hemos descubierto inmersos en los últimos años.
Ojala esta época sirva para eso, para más encuentros espontáneos, vividos, presentes y sin afán.