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Columnistas | PUBLICADO EL 25 septiembre 2019

Culpa y exuberancia de las redes

Por arturo guerreroarturoguerreror@gmail.com

Las redes sociales son un caleidoscopio del mundo. No en el sentido de dejar ver una imagen bella de ese mundo, como lo pide la etimología de la palabreja. A la realidad no se le puede atribuir el adjetivo griego “kallos”, como sí sucede con el pequeño espectáculo de ese juego de espejos que pinta maravillas.

Las redes no son una refracción dulce de la realidad. Son simplemente un destello de la realidad cruda. Y cualquiera sabe que vivimos en un tiempo odioso y odiado. Qué le vamos a hacer. Así que quien frecuente las redes se encuentra con la contradicción que es la existencia.

Cada post y cada trino y cada hashtag dispara un haz distinto sobre el ojo y el cerebro del navegante. Las redes son un mercado persa que no da descanso a la imaginación. Sucede en ellas lo mismo que en el recorrido de museos europeos cuando el visitante llega a Florencia y no puede más. Lo abruma no la belleza sino su exceso. Y como toda demasía, la del arte clásico también aplasta.

Desde sus comienzos Twitter desafió con su regla de 120 caracteres, y el ingenio verbal resplandeció. No pocos participantes se volvieron poetas, decimeros repentistas, hacedores de coplas instantáneas. Qué tal esta, de @aristiyayis: “Dime quién es tu abogado y te diré qué tan culpable eres”.

Al doblar luego a 240, la imaginación se fugó de los trinos. El lugar de la picardía lo ocupó la guerra. Las palabras para insultar se fugaron de las cárceles y de las calles perdidas. La polarización crispó los ánimos y adocenó el lenguaje.

Facebook poco a poco incrementó la vanidad de los cumpleañeros, padres eternos del lugar común. Se volvió también zoológico de ternuras en video. Cualquier ademán del perro o del gato devino ejemplo universal de la conducta humana.

De modo que las redes entregan no solo una irradiación de las cosas como son. También se hacen historia, van reseñando las variaciones de la barbaridad o la carencia de los hombres a medida que el tiempo los esculpe. En este sentido son fuente inagotable de conocimiento social en bruto.

Esta exuberancia no les quita culpa. Porque no se trata de qué suministran sino de cómo lo hacen y qué hábitos propician. El verbo se transforma en verborrea, la variedad en trastorno de la conciencia. Su manía hipnótica ahoga la magia.

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