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Fui lector voraz de revistas y periódicos y hoy soy apenas un observador furtivo de titulares y lector selectivo de pocas noticias, regularmente pasaba una hora de mi día leyendo medios nacionales e internacionales, análogos o digitales, pero encuentro que cada vez más la información que construyen los diarios carece del análisis profundo que nos posibilite visualizar futuros o al menos que nos ayude a construir criterio, la mayoría se queda corta y solo informa desde el lugar común o la cita de las mismas fuentes, quizás no debería decirlo, quizás me equivoque, es verdad que no todos son iguales, pero también es cierto que muchos se han vuelto prescindibles, por eso he abandonado suscripciones a algunos, circulo y me muevo en redes, me gustan, pero soy selectivo con qué y a quiénes leo, no produzco trinos, no me gustan las batallas en caliente, el reto de los pocos caracteres me asusta, a veces resulto emocional; en estas 530 palabras trato de opinar sobre el suceso semanal, la noticia que desvela al país o a quien escribe, sobre el siniestro devenir del mundo, emito mi voz particular, que es apenas una gota de agua en el desierto, a algunos les importa, cuántos son ... acaso alguien lo sabe. ¿Importa?
Pero para qué los medios y el análisis si asistimos a la trivialización y “tribalización” de la información, actuar como si estuviésemos desprovistos de capacidad de raciocinio es la norma, a quién importa lo que afirman los medios si los mentirosos, fanáticos, negacionistas o los peores gruñones carentes de criterio pero armados de sables venenosos son quienes triunfan en las redes que han convertido en medios, ellos están construyendo las verdades que paradójicamente son mentiras, pero son esas las que convocan y muchos asumen como ciertas. La complejidad argumentativa sucumbe ante el exagerado histrionismo, la agresividad, la teatralización o las narraciones efímeras que son en cambio los que generan reconocimiento y viralizan la información, la radicalización y la falta de pudor emocionan al auditorio que no encuentra en la privacidad una virtud, el silencio es un bien que poco se valora. Difamar y caricaturizar son acciones que ejecutan con destreza estos nuevos constructores sociales, el espectáculo ha desbancado a la razón, la simpleza emocional y argumental abunda y es ampliamente consumida sin ningún tipo de filtros por unos individuos llenos de profundo malestar.
Frente a una democracia que agoniza y ha pospuesto los intereses de la clase media, los nuevos aristócratas de las redes/medios promueven un populismo con acentos fascistas, afirman que el orden y la seguridad aparente que promueven las dictaduras puede salvarnos del caos en que estamos inmersos, digitalmente nos están guiando hacia ese modelo político, nos llevan al cadalso.
Dice el neurólogo Boris Cyrulnik que difundió el concepto de resiliencia: “hoy la sociedad selecciona por medio de la escuela y del diploma: es la nueva aristocracia. Ya no es la aristocracia de la fuerza física ni la de los bienes o las fábricas, que aún existe pero es menos importante”. Lo que hay que preguntarse es sobre la ética del nuevo aristócrata, porque mientras tanto se nos acaba el tiempo para cuidar la democracia.