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Cuando el mundo se apague

La literatura también está hecha para incomodarnos, para cuestionarnos, para proponernos temas que pueden ser molestos, asuntos que mientras se van leyendo, algo nos sugiere que lo mejor sería parar.

24 de noviembre de 2023
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  • Cuando el mundo se apague

Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com

No está de más decirlo: la literatura no siempre nos propone temas que nos regocijan con la humanidad, que nos dan ganas de vivir, ni, necesariamente, destaca las virtudes y la bondad de las personas. La literatura también está hecha para incomodarnos, para cuestionarnos, para proponernos temas que pueden ser molestos, asuntos que mientras se van leyendo, algo nos sugiere que lo mejor sería parar. Pero uno sigue, después de todo, leer es una forma de acercarnos un poco más a la complejidad humana, en todo sentido, sin vergüenza, ni censura.

Eso sentí con Vladimir, de la escritora argentina Leticia Martin, quien ganó hace unos meses el I Premio Lumen de Novela. Según el acta del jurado, “la atracción y seducción de un hombre maduro hacia una mujer joven ha sido representada muchas veces en la literatura, pero el deseo de una mujer madura hacia un joven, no. Vladimir apuesta por una lectura de Lolita en clave femenina en el contexto de un mundo que se apaga. Con gran tensión narrativa y un estilo acelerado, Leticia Martin ha escrito una novela polémica sobre los límites del deseo y las relaciones de poder”.

La historia empieza cuando Guinea, una profesora de literatura en una universidad norteamericana, acaba de aterrizar en el aeropuerto de Buenos Aires tras salir a la luz su relación con un alumno mucho más joven que ella. Como si fuera poco, apenas aterriza, se da cuenta de que el mundo sufre el Gran Apagón y a su celular le queda muy poca batería. Ya se imaginarán lo que esto implica, recorrer Buenos Aires sin luz eléctrica es una tarea titánica. Justo en ese caos aparece Rostov, quien se compadece de ella y se ofrece a llevarla al lugar donde se hospedará, el problema es que la app no funciona, nada funciona, internet está caído. Así que Guinea termina en casa de Rostov, por una noche, dice, al fin y al cabo, siempre andamos creyendo que todo se restablecerá pronto, “creemos que nunca nos faltará lo que tenemos”, gran error.

“¿Hasta cuándo faltará energía eléctrica en el mundo? ¡Tantas alertas, cortes de luz de pocas horas, o a veces días, anticipando este final que nadie quiso imaginar! ¿Por qué no los escuchamos? ¿Cómo pudimos volvernos dependientes de la electricidad hasta este punto?” Mientras esto ocurre, mientras hay saqueos, explosiones y violencia en las calles, en la casa de Rostov, Guinea conoce a Vladimir, un joven de 13 años que le recuerda “su mal”, ese del que supuestamente huye.

Ahora, encerrados en una misma casa, mientras el mundo se destruye, los alimentos escasean, los perros dejan de ser buenos amigos por culpa del hambre, se olvidan las luchas y el humanitarismo, lo único que importa es subsistir; mientras Guinea, que no sabe si arrepentirse de sus pensamientos impuros piensa en su pasado y en su presente de la siguiente manera: “Ninguna de las demás opciones reemplaza la que mi cuerpo desea. La electricidad no puede desaparecer. La electricidad que sentí en mis venas ya vive en mí, y sólo hay un modo de extirparla”. Al fondo, se escuchan las sirenas y la pubertad de Vladimir.

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