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Columnistas | PUBLICADO EL 06 noviembre 2022

Contenemos multitudes

Por David Escobar Arango* - david.escobar@comfama.com.co

Querido Gabriel,

“¿Qué les dijiste a esas personas que acaban de salir de tu oficina?”, me preguntó. “Les dije que no nos interesaba el proyecto que me trajeron porque no cuadra con nuestro objetivo social ni tampoco nos alcanza el presupuesto, ¿por qué?”. Ahí vino el chiste flojo: “Pobres, ¡es que vienen a reunirse con el señor de la columna y se encuentran con vos!”. Nos reímos, yo con más fuerza aún que los demás. ¿Qué otra cosa puede uno hacer ante lo evidente?

Confieso que esa idea, el reconocimiento de la contradicción, a veces inevitable, me cuestiona profundamente. El tirano y el monje que me habitan me demandan cumplir no solo con las normas legales y sociales sino con unos elevados estándares morales y estéticos que son usualmente más aspiraciones que realidad. Sin embargo, con los años he descubierto que la absoluta coherencia no solo es imposible sino aburrida, deprimente incluso. Creo que si nos volviéramos cien por ciento consistentes y predecibles podríamos llegar hasta a afectar seriamente nuestro proceso de desarrollo.

“Cuando arde una casa estimada / en vez del bombero que llamo / se precipita el incendiario / y ése soy yo”, dijo Neruda en unos versos. Hay varias razones para estas contradicciones. Lo primero es que cada persona tiene diferentes roles. En la anécdota que te cuento, por ejemplo, una cosa es escribir y otra gerenciar una institución, aún cuando ambos sombreros se porten con los mismos principios. Otra razón es la brecha entre la expectativa y la realidad. Cuando nos aproximamos a alguien, es nuestra imaginación, nutriéndose de nuestros prejuicios, quien lo inventa y supone sus acciones.

Las personas, además, nos transformamos con los años, algo conveniente y necesario. La última razón que se me viene a la mente es la más obvia: somos frágiles, imperfectos. Erramos, cambiamos de opinión, varía nuestro estado de ánimo, somos mamíferos humanos. Estas vueltas y revueltas, sin embargo, tienen un valor evolutivo, tropezar nos permite avanzar, equivocarnos es una oportunidad de aprender, estamos felizmente condenados a cometer errores.

Por otro lado, la crítica y la autocrítica son esenciales. Nuestra postura frente a ellas debería ubicarse en un justo medio. Ni morir de rabia ni cerrar la mente. Si comenzamos a sentir que nada de lo que nos digan importa, estaremos perdidos. Si nos vamos al otro extremo y sufrimos por cada pequeña falla o frase inadecuada que pronunciamos, viviremos paralizados de miedo, caminaremos tambaleantes.

¿Deberíamos aspirar entonces a menos, exigirnos poco, buscar una mediocre paz interior? ¿Dejamos de pretender elevarnos a la altura de nuestros ideales, de estudiar, de construir hábitos, de cuestionarnos? No parece tener valor alguno hacerse el bobo, mucho menos lo tendría serlo. Es preferible ser incoherentes con ideales a dejar de caminar y permanecer consistentemente estáticos, congelados en el tiempo.

Finalmente, inspiremos la tertulia con esta idea del escritor Elie Wiese: “La gente se convierte en las historias que oye y en las historias que cuenta”. A partir del reconocimiento de que, como escribió Whitman, “contenemos multitudes” o que “muchos somos”, en palabras de Neruda, debemos construir una narrativa existencial que nos empuje y motive, una historia que verse sobre un futuro posible en el cual nos convirtamos en nuestra mejor versión. Veamos la coherencia como un camino largo, sembrado de ineludibles tropiezos y necesarias pero hermosas contradicciones. .

* Director de Comfama.

David Escobar Arango

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