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Querido Gabriel,
“¿Qué pasaría si cada día retiramos un objeto de nuestras vidas?” Esta es, quizás, la pregunta más retadora del documental Minimalismo: menos es más, que se puede ver en Netflix. Luego de verlo, llegué a mi casa y la vi llena de cosas que no necesito. Libros en los libros (y te hablo de lo que más quiero para que cobre aún más sentido la reflexión), en doble fila, en morros, desperdigados por toda la casa, muchos más de los que podré leer en varias vidas. En mi clóset encontré ropa en una cantidad como para vestir a una familia por varias semanas. Entré al baño y pensé en cuántos de esos productos son innecesarios. Me acuerdo de mi padre que prescribía dos pares de zapatos máximo por persona, recomendación que seguí por años y luego abandoné. “Los objetos (su cantidad y proliferación) tienen que ver mucho con nuestro descontento actual”, dice alguien en el filme. La obsesión por el consumo, dolencia que no distingue clase social, edad ni género, es una de las enfermedades sociales de nuestro tiempo. ¿Cuántas cosas compramos que no necesitamos? ¿Conversamos sobre consumo sobrio, ese hermoso adjetivo en desuso?
El minimalismo es una especie de caricatura y como tal, en lugar de criticarlo, debemos verlo como una herramienta pedagógica potente. No se trata de que frenemos casi cualquier tipo de consumo, sino de preguntarnos qué es lo esencial. No todos deben vivir en menos de una decena de metros cuadrados, con dos mudas y un cepillo de dientes. Sin embargo, ver que es posible vivir bien consumiendo poco, que la felicidad no depende de eso, debe ser motivo de profundas reflexiones. Es clave, además, pensar en los beneficios individuales y colectivos, económicos y ambientales que tendríamos si cada decisión de consumo se hiciera con, al menos, un tris más de consciencia. ¿Te imaginas un mundo en el que dejemos de ser adictos a las cosas?
El consumismo, por otro lado, no es un problema de personas con mucho dinero. “Hay millonarios sobrios y personas de clase media desbordados”, dice Ryan Holiday. Se trata, más bien, de “ahorrar con paciencia y gastar con parsimonia”, como dicen en Confiar. Es importante que lo que compremos con nuestro esfuerzo tenga sentido individual, familiar y planetario. Por ejemplo, el teléfono inteligente es necesario para trabajar o estudiar, elijamos entonces cuál se adapta mejor a nuestro presupuesto y cada cuánto debemos cambiarlo, sin dejarnos llevar por los afanes de la publicidad y la cultura del consumo.
Finalmente, y esto puede ser clave para ambientar nuestra tertulia, entendamos que la sobriedad no se trata de autoflagelación ni de privaciones innecesarias. Pensemos en cómo disfrutar la vida, usar el dinero impidiendo que este nos use a nosotros y evitando comprar frenéticamente tonterías que no necesitamos. Cuidemos nuestras finanzas familiares, conservemos limpios de chécheres nuestro hogar y nuestro espíritu. Preservemos el planeta con cada decisión.
Inspiremos la tertulia con esta idea de Séneca, el filósofo estoico: “La filosofía nos llama a una vida simple, no al sufrimiento... nuestra vida debería transcurrir en la feliz medianía, entre el camino de la sabiduría y el camino del mundo”. Consumir sobriamente podría ser la clave para salvar el planeta y cuidar de la humanidad sin dejar de gozar la vida .
* Director de Comfama.