Síguenos en:
x
Columnistas | PUBLICADO EL 01 mayo 2020

Ciencia, el nuevo petróleo

Por Agostinho Ramalho Almeida@Agos_Almeida

Ciencia, originalmente derivada de la palabra latina scientia. Una definición de ciencia que me gusta mucho proviene del diccionario Webster-Merriam, uno de los más reconocidos en el mundo: “Ciencia, el estado del saber: el conocimiento como distinción de la ignorancia o la incomprensión”.

Alguna vez me preguntaron cómo se sentía haber estado siempre tan cerca de personas o actividades relacionadas con la generación o aplicación de la ciencia durante casi toda mi vida. Mi respuesta inicial se basó en gran medida en que todos deberíamos de alguna forma aspirar al conocimiento y no a la ignorancia. En realidad, es vox populi que la ciencia está generalmente asociada a una pequeña fracción de la población: los investigadores, los profesores u otros profesionales que trabajan en ciencia y tecnología, etc. Pero creo firmemente que parte del estado actual del mundo resulta del hecho de que no hemos podido comprender colectivamente la relevancia de la ciencia (i.e., conocimiento) y su aplicación. No hay tecnología e innovación sin ciencia. Punto, fin de la discusión. Cosas que damos por sentado, como aspirina, celulares, internet, Netflix ... ropa, libros, contenido de esos libros, comida, agua potable... anatomía, fisiología... o comprender cómo los virus nos infectan y se desarrollan vacunas. Indiscutiblemente, la ciencia ha sido una de las piedras angulares del desarrollo de la civilización. Sin embargo, también es indiscutible que el uso equivocado y mal intencionado del conocimiento -o la ignorancia misma- han estado en la base de algunas de las mayores atrocidades realizadas y perpetuadas contra la humanidad. Incluso con toda la ciencia y la tecnología en el mundo, y sí, con cambios y mejoras en la mortalidad infantil, la esperanza de vida, la pobreza y otros, todavía enfrentamos desigualdades y brechas como género, nivel de ingresos, acceso a la educación o alimentación. Esto, sin mencionar otros temas importantes para lograr el desarrollo sostenible como el conflicto violento o el cambio climático. Hoy, en medio de una crisis global, la ciencia es un factor clave para los desafíos presentes y futuros, pero la verdad es que una gran proporción de la población mundial no tiene acceso a la tecnología e incluso a infraestructura básica de vida aumentando las brechas de desigualdad.

La ciencia entonces es un “nuevo petróleo”. Y como sociedad necesitamos un liderazgo fuerte en ciencia, que al final del día depende de la esencia de cada persona, de un actuar decidido y la “forma de estar”. Recuerdo así a la doctora Ángela Restrepo Moreno. Ella fue probablemente la primera persona que realmente creyó en mí y que me llevó siempre a sobrepasar mis muchas limitaciones. La doctora ha sido sin duda una de las personas más inspiradoras, influyentes e impactantes, no solo en Colombia, sino también en el mundo, en lo que realmente debería significar crear, compartir y aplicar el conocimiento de forma disciplinada y metódica para el bien común. La verdadera personificación del “conocimiento que se distingue de la ignorancia o la incomprensión” y de lo que creo que son rasgos de liderazgo fuertes: confianza, perseverancia, dedicación, enfoque, la actitud de “sí se puede”, “la gente es lo primero” y mucho, mucho trabajo duro. Sí, porque nadie cambió el mundo estando activo solo 40 horas a la semana. Si alguien sabe lo que significa prosperar y alcanzar lo inalcanzable es La Doctora: construir y liderar una comunidad científica, en un mundo y una época aún más afectados por cosas como la desigualdad de género y la falta de acceso a los recursos. Hoy, más que nunca, debemos aprender de líderes como la doctora, que colocan a las personas y al conocimiento en el centro de la toma de decisiones. Para ella, toda mi admiración, cariño y profundo sentido de gratitud por enseñarme que solo se puede alcanzar lo imposible si se intenta lo absurdo.

Agostinho J. Almeida

Si quiere más información:

.