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Columnistas | PUBLICADO EL 04 septiembre 2021

Catorce segundos

Por JULIÁN POSADAprimiziasuper@hotmail.com

Dice la ciencia, los astrónomos, que cuando miramos al cielo vemos hacia el pasado. Las pruebas los ratifican. Cuando dirigimos nuestros ojos hacia el sol, en el centro de nuestro sistema solar ya estamos ocho minutos tarde. Una forma más fácil de comprender esta idea reside en un hecho cotidiano: es como cuando la señal de un partido de fútbol llega a nuestro televisor con retraso y los vecinos ya arruinaron la sorpresa del gol.

Ese lag que tenemos respecto al sol sucede porque la luz, aun con lo rápida que es, tarda cuatrocientos ochenta segundos en recorrer la distancia que la separa de la Tierra. Sí, hemos vivido, vivimos y viviremos en una especie de pasado cósmico.

Existe otro ejercicio acerca del tiempo que es sorprendente y que también tiene que ver con el espacio. Se trata del calendario cósmico, un intento científico por comprimir, de forma medible, en un año calendario, lo sucedido desde el big bang hasta hoy. Más o menos unos trece mil ochocientes millones de años.

Para eso idearon una escala en la que cada mes equivale a mil millones de años, cada día representa casi cuarenta millones de años. En esos términos, si el estallido cósmico del que se derivó el universo sucedió el primero de enero, la Vía Láctea se formó el 15 de marzo, nuestro sol nació el 31 de agosto, la vida inicio el 21 de septiembre, los dinosaurios se extinguieron el 30 de diciembre y nosotros los humanos evolucionamos apenas en la última hora del último día del año cósmico.

Eso quiere decir que toda la historia humana como la conocemos —con sus héroes, villanos, dudas, certezas, nacimientos, extinciones, hechos afortunados y catástrofes— se desarrolló apenas en los últimos catorce segundos de ese año cósmico, entre las 11:59:46 y las 12:00:00 del 31 de diciembre del calendario cósmico.

Somos extras en un escenario inmenso, marionetas del azar evolutivo, triunfos temporales de la selección natural sometidos a los misterios del universo. Seres de goma que se estiran y encogen según la fuerza de gravedad que los atrae. Individuos que se aferran, con necedad, a cosas, lugares, vivencias y sentires que no les pertenecen.

Querido lector analice cuántas cosas, sin que usted lo supiera, se alinearon para que hoy esté frente a estas letras, lleve el experimento más allá y mire las afortunadas coincidencias que emergieron para que sus padres, hijos y seres amados sean quienes son.

Esta columna lejos está de ser un llamado más a valorar la vida y cada despertar. Se trata, en cambio, de una invitación a elegir un camino: el del control o el del azar, el de la lentitud o el del afán, el de la calma o el de la prisa.

No tema equivocarse, ninguno de los dos es bueno o malo, ambos son finitos, terminan igual, ninguno tiene vía de escape y eso, seguro, no es fortuito, porque parece que solo estamos destinados a ejercer un acto de soberanía que no tendrá consecuencias mayores a las que caben en esos catorce segundos cósmicos, que son fugaces como la misma vida

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