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“Melinda y yo somos fuertes creyentes de que esa riqueza es mala, tanto para la sociedad como para los descendientes involucrados”. La confesión pasaría inadvertida si no viniese de Bill Gates, el hombre más rico del mundo. Sus palabras toman una fuerza tan significativa, que estremece a aquellos herederos que vienen disfrutando de inmensas fortunas, muchas de estas dejadas por sus padres sin mérito alguno. “Queremos que nuestros hijos encuentren su propio camino en el mundo”, escribió Gates en su blog, texto que fue reproducido recientemente por el diario El Tiempo.
Lo planteado por Gates surgió tras la lectura del libro El capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty, el mismo al que me referí en la columna anterior. Piketty hace un pormenorizado y descarnado análisis del sistema capitalista y sobre cómo este produce desigualdades. Fue justamente esa idea la que motivó a Gates a escribir sobre la obra, aduciendo estar de acuerdo con sus conclusiones más importantes.
Sorprende que Gates esté de acuerdo con gravar cada vez más el impuesto a las sucesiones, e invertir sus ganancias en educación. Él mismo ha señalado que el hecho de que los herederos consuman el capital desproporcionadamente, ese que han heredado sin ningún mérito y simplemente por la lotería de nacimiento, es hacerle un mal a la sociedad.
En el caso colombiano, la concentración de riqueza está en manos de unas cuantas familias, cuyas proporciones pueden ser superadas a la de los EE. UU. Según Piketty: “las fortunas heredadas representan 50 – 60 del total de los patrimonios privados en los EE. UU. en los años setenta y ochenta”. Y hay una tendencia al crecimiento en esta última década en el mundo.
La riqueza privada ha sido superada por la riqueza de un país. ¿Podríamos afirmar lo mismo sobre Colombia? Es posible, pues las pocas familias y los conglomerados económicos que se han expandido de una forma sorprendente, pueden superar el capital de su propio país.
Sin vacilación, Gates toma partido en el debate que en estos momentos se atiza en la economía mundial, al afirmar contundentemente que las sucesiones deben tener grandes impuestos. Liliane Bettencourt, por ejemplo, es la heredera de la firma L’Oréal, líder mundial de cosméticos. Esta firma fue fundada por su padre, que inventó en 1907 tintes para el cabello, logrando rápidamente una fortuna de 50 mil millones de dólares. Liliane heredó esta fortuna sin trabajar nunca en ello. En cuanto al consumo, la fortuna de Lakshmi Mittal, da muestra de las excentricidades de los herederos, que poseen las casas privadas más caras del mundo; son tres que valen la ‘bobadita’ de un billón y medio de pesos colombianos. ¿Cuántas escuelas se podrán construir con ese dinero? Incluso, en la clasificación de Forbes hay herederos con fortunas más grandes que las de Bettencourt y Mittal.
Es sano advertir que el debate actual no pretende acabar con el capitalismo. Lo que buscan Gate, Piketty y otros, es salvarlo. Para decirlo en boca de ellos: salvar el capitalismo de las manos de un capitalismo salvaje y sin méritos. Los ricos están llamados a ponerse las pilas, porque como lo ha señalado el filósofo Herbert Marcuse, el capitalismo tiene toda la capacidad y habilidad para reducir la pobreza, de lo contrario seguirán creciendo las desigualdades sociales. Y esto, tarde que temprano, les pasará una costosa factura a ellos mismos.