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Columnistas | PUBLICADO EL 23 enero 2023

Bien intencionado, pero cesarismo

Hay indicios que al menos representan señales de aviso, de la posible cercanía de un régimen cesarista, populista, de buenísimas intenciones pero errático y portador de la marca del desgobierno y la generalización de la acracia.

Por Juan José García Posada - juanjogp@une.net.co

Del cesarismo al populismo hay un solo paso. Desde la república romana se ha sostenido esa idea y esa práctica arbitraria de la democracia que se aprovecha del pueblo, del populus al que engaña, explota y despoja de facultades esenciales, para salvar al líder carismático, mesiánico, salvador ungido para imponer su voluntad omnímoda por encima de los poderes institucionales. El cesarismo se constituye como fuerza redentora de una sociedad en tiempos de incertidumbre y de crisis. Se apodera del gobierno con la apariencia del respeto a las vías democráticas desde lo primordial que es la invocación al pueblo, pero va imponiendo lo que han llamado una tiranía de las buenas intenciones.

En la historia no han sido escasos los ejemplos de cesarismo, así como del brinco al populismo. En América Latina sí que ha sido cierto. El iluminado, el alucinado, se cree dueño y señor del poder y los poderes. Cuando advierte que el legislativo o el judicial se le interponen y pueden malograr sus iniciativas o desbaratar sus decisiones disparatadas, recurre al pueblo como legitimador. El abuso de la voluntad general se vuelve instrumento de movilizaciones. La magnificación desbordada del derecho a la protesta acaba por agudizar la crispación y mantener la sociedad en estado constante de alteración del orden público, bloqueo de las vías de comunicación y los espacios de la gente y una situación de anarquía favorecedora del desconocimiento desafiante de la autoridad, así como de valores, principios y costumbres que por tradición habían hecho consistente el estado de derecho. Todo eso le conviene y le ayuda al cesarismo populista para ir realizando a toda costa sus ilusiones, sus alucinaciones.

Hay indicios que al menos representan señales de aviso, alertas tempranas de la posible cercanía de un régimen cesarista, populista, de buenísimas intenciones pero errático y portador de la marca del desgobierno y la generalización de la acracia. Por ejemplo, la improvisación de propuestas que no consultan el sentido común, la insistencia en que todo lo hecho hasta el presente ha sido equivocado y hay que desmontarlo así sea con soluciones inciertas y aventuras. ¿Será que entre esas señales pueden citarse la obsesión por borrar el sistema de salud cuestionable pero mejorable o por acelerar sin cautela la eliminación del negocio de la explotación de hidrocarburos, o el respaldo electoral a mandatarios locales patidifusos consagrados a desmantelar ciudades prósperas?

Pero la confianza en que no toda situación tiene que tender a empeorar es, al menos, un factor que estimula el realismo optimista contra el pesimismo desolador. Si se mantiene despierta y activa la conciencia crítica de los ciudadanos, no digamos que del pueblo como lo entienden los populistas, y se fortalece la capacidad de fiscalizar, cuestionar, publicar con vocación y voluntad esclarecedoras y civilizadoras y si pueden sostenerse los controles, los contrapoderes y frenarse el cesarismo caracterizado por la tiranía de las buenas intenciones, lo que llega será una etapa fascinante.

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