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Los partidos de izquierda que soportan al gobierno mexicano desean una estrecha relación con Pekín.
Por Beatriz de Majo - beatrizdemajo@gmail.com
Cuando las inversiones chinas alcanzaron 1 billón de dólares en la región mexicana de Coahuila a pocos kilómetros de la frontera estadounidense, las alarmas saltaron en Washington. Desde que las cadenas de suministro del comercio internacional se vieron alteradas por el encierro del COVID, el parque industrial más grande de México se convirtió en emplazamiento ideal para industrias que orientaban su producción a atender el mercado norteamericano. El fenómeno del “nearshoring” provocó que empresas chinas, primero que ningunas otras, vieran en el norte de México el lugar ideal para mudar sus plantas. Lo mismo que ocurre en Coahuila se reprodujo en San Luis Potosí, y en Nuevo León, en donde las empresas se han duplicado en número desde la pandemia. A facilidades de la cercanía fronteriza se agrega el acuerdo de libre comercio entre México y su vecino del norte que impulsa el intercambio. La industria del automóvil ha sido allí una de las más importantes de los últimos 15 años.
No es pues de extrañar, que el gobierno mexicano, amenazado por su vecino del norte con aranceles de mucho calibre, quiera equilibrar las cargas imponiendo tarifas de importación a China y a otros países con los que no tiene acuerdos de libre intercambio. La lista de productos propuesta al Congreso cuyos aranceles se catapultarían hasta dos y tres veces su nivel actual pasa de los 1000 y cubre un vasto universo de ítems, pero es el sector automotriz, sin duda, el más afectado en el caso del país asiático. México es el principal importador de vehículos y de partes chinas para su industria.
La iniciativa, de ser aprobada por el Congreso, incrementaría hasta 50% los aranceles, ubicándolos en el más alto rango permitido por la Organización Mundial de Comercio y revela la enorme presión ejercida por el gobierno de Donald Trump sobre la administración Sheinbaum por razones no solo de orden comercial: México es la principal fuente de inmigración ilegal en EE.UU., además de ser lugar de paso y de origen de exportaciones ilegales de fentanilo.
Aunque el gobierno asegura que esta política comercial solo lleva como propósito fortalecer la producción nacional dentro de su “Plan México” de desarrollo, el caso es que el acuerdo comercial vigente con Washington, es el instrumento que más oxígeno proporciona a la economía mexicana. Este debe ser revisado en pocos meses. Esto es una verdadera Espada de Damocles ya que el comercio con Estados Unidos cuenta por 30% del PIB de la nación azteca. Las exportaciones mexicanas en 90% llegan al mercado del norte sin aranceles.
El momento no es bueno para el gobierno mexicano. Los partidos de izquierda que soportan al gobierno desean favorecer una estrecha relación con Pekín mientras que en la capital china la presión estadounidense es vista como un instrumento de coerción que les perjudica. “México debe pensarlo dos veces antes de actuar” fueron las lapidarias palabras del Ministro de Comercio chino al enterarse que los aranceles para carros eléctricos, por ejemplo pasarían de 15 a 50%. El golpe a TESLA y BYD sería monumental.
Mientras tanto Washington, con el mercado de consumidores más grande del mundo, estima que China utiliza su “puerta trasera” para invadir con sus productos subsidiados el mercado de 135 millones de habitantes haciéndole el juego a las políticas de Xi Jinping.
Tal como se ve el panorama, no las tiene fácil la Señora Sheinbaum.