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Columnistas | PUBLICADO EL 16 septiembre 2019

Arte y Éxtasis

Por manuela zárate@manuelazarate

Una de las obras más bellas y eróticas de la historia del arte es el Éxtasis de Santa Teresa, de Gian Lorenzo Bernini. Bernini fue el gran escultor del Vaticano, mientras gozó del favor del Papa Urbano VIII, quizás su mayor mecenas. El arte de Bernini marcó Roma. Es precisamente ese arte que al verlo nos despoja de la búsqueda de la forma porque es sentimiento en su forma más cruda y descarnada. El barroco de Bernini es pura pasión. Para unos este estilo es exagerado, para otros es una fuente de belleza inagotable.

Cuando Inocencio X fue elegido Papa prescindió de los servicios del estudio de Bernini. Entonces el cardenal Federico Coronaro le comisionó el trabajo de una pequeña capilla de Carmelitas Descalzas, ubicada en Santa María della Vittoria, que no tenía nada en especial. Allí Bernini reemplazó el éxtasis de San Pablo por el de otra Carmelita Descalza: Santa Teresa de Ávila.

Santa Teresa de Ávila registró en su autobiografía sus experiencias místicas. Una de ellas es la del éxtasis religioso, en la que un ángel la atraviesa con una lanza cuya punta está prendida en fuego. La lanza le atravesó varias veces, penetrando su corazón y sus entrañas, haciéndola arder de amor a Dios. Santa Teresa describe un éxtasis entre el dolor y el placer. Una experiencia en la que el gozo es más del espíritu, pero en la que no se ignora la participación del cuerpo.

En la interpretación de Bernini el ángel está a punto de clavar la flecha ardiente en el cuerpo de Santa Teresa. Ella a su vez está postrada ante él. Su expresión es de pleno éxtasis. Los labios entreabiertos, los ojos entrecerrados, el cuello que no puede sostener la cabeza se echa atrás y su mano y pie izquierdos cuelgan casi desprendiéndose del grupo escultural. Es una experiencia total de sensualidad, de pasión, de entrega. Es amor. Es erotismo. Todo en su máxima expresión.

El arte se funde con las otras ramas de las humanidades como la historia y la filosofía. Arte y política desde el principio han ido de la mano. La imagen ha sido un instrumento clave del poder en todos los tiempos, en todas las esferas. Por ello es que al estudiar una obra de arte es necesario apreciarla en su contexto. De esta forma desarrollamos la memoria y el pensamiento crítico.

Sin embargo, no podemos olvidar que el arte también tiene el objetivo de expresar la pasión humana. La más básica. La más cruda. Si bien el gran arte ha ilustrado los grandes momentos de la humanidad, también lo ha hecho con sus pasiones y ella persiste, no sólo como testimonio de lo que hemos sido, sino como registro y combustible de las nuestras. El arte es tanto idea como sensualidad. De allí que en una escultura, en una pintura podamos admirar la estructura de una mano, el recorrido imaginario de una boca sobre una piel de mármol que en nuestra imaginación se hace carne y que al igual que la Santa Teresa de Bernini nos lleva al éxtasis.

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