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Columnistas | PUBLICADO EL 14 agosto 2022

Antioqueñidad

Antioqueñidad
Por jorge giraldo ramírez- jorgegrld@gmail.com
Infográfico

Al presentar su informe sobre Medellín al virrey Amar y Borbón, en 1808, José Manuel Restrepo y Salvador Madrid se desviaron de su propósito para quejarse de los “más de 500 vagos cuya sola ocupación es vegetar, robar los frutos ajenos y fomentar todos los vicios”. Desde luego, la queja indicaba la intención de las élites criollas de promover la honradez y la laboriosidad, entre otras cualidades y conductas, un propósito general de las sociedades modernas.

Y es que la personalidad de los tipos humanos, en este caso el antioqueño, es cambiante, nada fijo como suele creerse en el imaginario popular: no siempre hemos sido aseados y madrugadores, ni todos. Algunos estudiosos se han ocupado con cierto detalle de estos cambios en el comportamiento social, lo que el sociólogo Norbert Elias (1897-1990) llamó “el proceso de la civilización”. Para nuestro caso, destaco al sociólogo caleño Alberto Mayor Mora (1945-2021) y al historiador Jorge Mario Betancur.

De Betancur, la Universidad de Antioquia acaba de publicar la tercera edición de su libro Moscas de todos los colores, una historia del barrio Guayaquil durante el primer tercio del siglo pasado. El libro se despliega alrededor de 46 verbos que, a la vez, se agrupan en cinco capítulos: nacer, civilizar, gastar, morir y amar. Diría que la investigación gira sobre el segundo de ellos, civilizar. Precisos los títulos; el modo de ser se define por la acción y por el pulso de ella; cuando decae, se estanca o se cataliza. Una muestra de las maneras de las que se ocupa el autor es el contenido del capítulo “Civilizar”: botar, cagar, hostilizar, sentir, lavar, calzar, sangrar, mendigar, prostituir, enloquecer, invadir, negrear, dar, mandar, desobedecer.

Se puede decir que el esfuerzo civilizatorio discurría por las disposiciones oficiales, como la orden para que cada hogar limpiara la calle y el caño del frente dos veces a la semana, por ejemplo, por el control social que oscilaba entre quejas y peticiones a las autoridades o iniciativas privadas como la construcción de letrinas en casas y locales. El caso es que Guayaquil terminó siendo el teatro de un revés civilizatorio en Medellín; las franjas ricas y educadas de la ciudad lo abandonaron. En mi adolescencia, el adjetivo guayaquilero abarcaba los peores significados, algunos de los cuales se ilustran con aquellos verbos elegidos por Betancur.

Esta orientación social era compartida por los sectores tradicionalistas y por los modernos. Muchos de estos asuntos de cortesía expresan objetivos morales, sociales y políticos, como afirma la filósofa Karen Stohr (On manners, 2011). La diferencia clásica consiste en que el método preferido de los tradicionales es la represión y el de los progresistas, la educación. Otra cosa son las fuerzas disolventes de la sociabilidad, como si los vagos, mendigos y ladrones de los que se quejaban Restrepo y Madrid se hubieran organizado y constituyeran un poder gravitante.

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