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Hay profesionales que viven con un pie en el futuro y otro en la urgencia del presente: quieren anticipar, pero el día a día los obliga a apagar incendios.
Por Ana María Muñoz - Comunicaciones.wic@womeninconnection.co
Hace algunos años, quienes ejercían el rol de Asuntos Públicos eran convocados cuando la tormenta ya estaba encima. Sonaba el teléfono, se activaban los comunicados, se hacían llamadas de emergencia. Eran, en esencia, los bomberos del sistema: actuaban rápido, con precisión y, muchas veces, bajo fuego cruzado.
Pero el mundo cambió. Hoy, las crisis no llegan: viven con nosotros. En esta nueva normalidad —política, mediática y socialmente volátil—, la reactividad dejó de proteger. Lo que antes servía para apagar incendios, ahora apenas contiene el humo. Y ahí empieza el verdadero giro: los Asuntos Públicos están dejando de mirar las brasas para empezar a leer el viento.
En contextos como el colombiano, donde el debate público se encuentra especialmente polarizado y el año electoral acentúa la tensión entre lo político, lo social y lo empresarial, esta capacidad de lectura se vuelve determinante. Las organizaciones —más que nunca— necesitan entender no solo lo que ocurre, sino por qué ocurre y hacia dónde se mueve el entorno. La conversación pública ya no es un ruido que se gestiona: es un sistema vivo que define legitimidades.
El reciente informe PA Insights by FTI Consulting (2025) lo confirma: las organizaciones más resilientes no son las que mejor responden a las crisis, sino las que mejor las anticipan. Los Asuntos Públicos, antes vistos como una función táctica, se consolidan hoy como una inteligencia de entorno que conecta la estrategia del negocio con las dinámicas sociales, políticas y regulatorias. Ya no operan en la retaguardia, sino en el centro mismo de la toma de decisiones.
Aun así, no todos han logrado hacer el giro. Hay profesionales que viven con un pie en el futuro y otro en la urgencia del presente: quieren anticipar, pero el día a día los obliga a apagar incendios. El estudio lo refleja con claridad: la mayoría sabe que debe pensar estratégicamente, pero la falta de estructura, presupuesto y autonomía los deja atrapados en el ciclo reactivo. Sin esas bases, hablar de resiliencia suena bien... pero se queda en el papel.
Hoy el punto de inflexión es claro: la profesionalización de esta función y su legitimidad. Anticipar exige más que datos o reportes: requiere credibilidad, relaciones genuinas y confianza. Ninguna estrategia de entorno funciona si los actores no creen en quien la ejecuta. En esa ecuación, la técnica y la empatía pesan igual.
Hoy, los Asuntos Públicos que marcan la diferencia son los que logran unir las dos orillas: la interna, donde se construye coherencia y propósito; y la externa, donde se tejen alianzas que amplifican la voz de la organización, se construye país y se fortalece la democracia. Esa conexión es la que convierte la anticipación en resiliencia, y la reputación en un activo que trasciende coyunturas.
Y es que la resiliencia, en el fondo, no es resistencia: es lectura inteligente del cambio, y anticipar no es predecir catástrofes, sino crear condiciones de diálogo, estabilidad y confianza.
Las organizaciones que entienden eso dejan de correr detrás de los hechos para empezar a definir el entorno en el que quieren existir. Y ahí, justo ahí, los Asuntos Públicos pasan de ser un extintor a convertirse en brújula.