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Por Alejo Vargas Velásquez - vargasvelasquezalejo@gmail.com
En marzo de 2026 tendremos los colombianos la primera elección de las dos ramas del poder público que en en el país son sujeto de participación de los ciudadanos, la elección del Congreso, que sigue siendo bicameral, es decir Senado y Cámara de Representantes. El Senado lo elegimos todos los votantes que participen, en una circunscripción nacional –por las mismas listas se vota en cualquier lugar del país– y la Cámara en circunscripciones regionales –cada Departamento tiene sus listas diferentes–. Algunos parecen subvalorar la elección del Congreso, pero en el momento de tramitar las iniciativas legales se ve la importancia de cómo se conforman estas corporaciones y por supuesto, como parece ser una constante en los últimos tiempos, se menciona con frecuencia, cuando ciertas iniciativas se enredan o no logran ser aprobadas, a modo de cuasi-chantaje, la idea de ‘la constituyente’.
Creo que en marzo del 2026 todos los sectores políticos tienen la posibilidad de lograr que el mayor número de congresistas sean de sus afinidades políticas, siempre y cuando consigan que los electores acompañen sus listas y candidatos. Pero lo importante es que se valore el importante rol que juegan los Congresos –expresión de la pluralidad de opiniones políticas en una sociedad–, pese a que en regímenes presidencialistas la figura del presidente tiende a minimizar el rol de los cuerpos legislativos y eso no solo ocurre en Colombia sino en muchos casos de la región.
En teoría, las elecciones de cuerpos colegiados –Congreso, Asambleas Departamentales, Concejos Municipales– suponen la presencia organizada de partidos políticos o movimientos políticos; lamentablemente en nuestro país desde hace varios años estas organizaciones políticas, con contadas excepciones, viven una profunda crisis interna y de legitimidad, lo cual hace que se invoquen solamente esas denominaciones con visos jurídicos, lo que se denominan ‘personerías jurídicas’ para inscribir listas y recibir algunos beneficios económicos y de publicidad del Estado y sus medios informativos. Esto incide en la calidad de los miembros que conforman esas listas de candidatos y una vez elegidos, en el funcionamiento de lo que un poco pomposamente se conoce como ‘bancadas’ de lo cual hay que decir queda muy poco en el caso colombiano.
Esto hace que una práctica, que en principio sería la deseable, que las votaciones se hicieran con listas de los partidos o movimientos políticos, listas que deseablemente serían ‘cerradas’ y últimamente se ha propuesto la idea de ‘listas cremallera’, pero la realidad es que ante la inexistencia real de organizaciones políticas partidarias se coloca como alternativa y para muchos necesaria, las listas ‘abiertas’ donde el elector vota es por un nombre de candidato, ya sea para Senado o para su circunscripción de Cámara, porque nadie garantiza la calidad, integridad y confiabilidad de todos los miembros de la lista. Y eso me parece es lo que va a predominar en las elecciones de marzo 2026.
Por ejemplo, yo votaría tranquilo para Senado por nombres como Angelica Lozano, de la Alianza Verde; Horacio José Serpa, de los liberales; Jorge Enrique Robledo, de Dignidad y Compromiso, o Aida Avella, de la Unión Patriótica; pero no por otros miembros de esas listas que no conozco.