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Por Alejo Vargas Velásquez - vargasvelasquezalejo@gmail.com
Las relaciones entre países ponen en juego las diferentes miradas que tienen los países acerca de las políticas públicas, acerca del poder y de la manera de relacionarse entre sí. Pero una realidad de ahora y del pasado es que hay diferencias sustanciales entre los países –tamaño, desarrollo económico, habitantes, capacidad militar, desarrollo tecnológico, entre otros-, pero especialmente entre los gobernantes de los mismos. Por eso, desde muy atrás en la historia de las relaciones entre comunidades políticas, surgió lo que hoy día conocemos como la ‘Diplomacia’ para contribuir a manejar estas diferentes y disímiles relaciones. De otra manera sería, como lo fue en varios momentos de la historia, solamente la ‘ley del más fuerte´, lo que significaba la imposición y el atropello de unos sobre otros, que llevaba y llevó en muchas ocasiones a los enfrentamientos armados.
Lo anterior se vuelve más crítico, cuando hay líderes en los países que no son respetuosos de la división de poderes –no importa si son de derecha o de izquierda-, de la existencia de poderes limitados –pesos y contrapesos la denominan los anglosajones- y pretenden ellos definir todo lo relacionado con la marcha de un país. En nuestro país lo vivimos en el pasado reciente cuando estaba en Venezuela Hugo Chávez y en Colombia Álvaro Uribe, que tuvimos crisis en las relaciones con los vecinos y hubo que apelar, desde la opinión pública, a que las relaciones internacionales las manejaran organismos especializados como lo son las Cancillerías y no los impulsos momentáneos de los caudillos.
En eso hay que reconocer que el Gobierno de Juan Manuel Santos dejó, como debe ser, en manos de la Cancillería, el manejo de las relaciones internacionales y las cosas funcionaron bastante bien. Eso no significa que la Cancillería haga lo que a bien tenga, no, debe actuar bajo la orientación política del Presidente que es el responsable de las relaciones internacionales, pero lo que hace la Cancillería es darle el tratamiento a los problemas internacionales, que siempre los habrá, por las vías y los mecanismos propios de la Diplomacia. No se trata de someterse a las arbitrariedades que pueda plantear otro gobernante, sino tener la habilidad por la vía diplomática de establecer los límites y las opciones para resolver los impases.
Por eso es importante que el Presidente tenga una relación de confianza y credibilidad en su Cancillería; esto facilitará el manejo de la política exterior y de las conflictividades que inevitablemente se harán presentes. En ese sentido es buena noticia la designación de la nueva Canciller colombiana, Laura Sarabia, que si bien algunos pueden considerar que no tiene suficiente experiencia ni recorrido administrativo, pero cuenta con la confianza del Presidente y eso es algo fundamental y además con la capacidad y posibilidad de dialogar horizontalmente con él para ir solucionando las dificultades que se presenten. Adicionalmente, podemos decir que la Canciller Sarabia ha mostrado en los conflictos que ha debido gestionar, un tino y prudencia que son fundamentales en el manejo de las relaciones internacionales y si se apoya en el equipo de Cancillería las cosas pueden resultar bien para Colombia.