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Por Alejandro Gutiérrez - opinion@elcolombiano.com.co

Las jirafas fueron inevitables. Y los unicornios también

hace 18 horas
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  • Las jirafas fueron inevitables. Y los unicornios también

Por Alejandro Gutiérrez - opinion@elcolombiano.com.co

Esa idea me rondaba la cabeza cuando conversaba con un emprendedor que sueña con mercados globales tan altos como las ceibas que veíamos del Jardín Botánico desde la plataforma de la estación Universidad del Metro. Las jirafas no aparecieron por casualidad: fueron consecuencia de la necesidad, deseo y tiempo, tres fuerzas que obligaron a un mamífero discreto a estirar el cuello hasta donde ningún otro llegaba. Cuando las hojas de abajo escasean, adaptarse no fue una opción; fue supervivencia.

En el ecosistema emprendedor de Medellín ocurre algo parecido. Durante años nos sentamos cómodos bajo los árboles del negocio tradicional – que va lento, pero seguro; hoy la competencia global nos exige mirar más arriba. Según el Colombia Tech Report 2024, la ciudad alberga más de 400 empresas de base tecnológica (startups) y escaló seis posiciones en la región - confieso que me sorprendió haber avanzado tanto - gracias al impulso de la “berraquera paisa” mejor llamada talento local. Las “jirafas” empresariales son las compañías que reconocieron primero esa limitación, desearon crecer y tuvieron la paciencia de invertir en innovación cuando todavía se dudaba de su retorno.

¿Qué significa estirar el cuello para una empresa antioqueña? Adoptar tecnología como elemento transversal, sí, pero sobre todo ampliar la visión geográfica y cultural. Una empresa de electrodomésticos que decide digitalizar toda su cadena usando ciencia de datos, un grupo textil que integra laboratorios de moda con plataformas de ecommerce o una empresa de la agroindustria que emplea inteligencia artificial para optimizar cultivos son ejemplos claros de empresas que ya no “comen” a ras del suelo. Esa mirada larga les permite acceder a capital extranjero, talento global y redes de negocio que antes parecían inalcanzables.

Aquí entra el unicornio. En el lenguaje de los inversionistas, un unicornio vale más de mil millones de dólares (1 billón USD); en la práctica, es la jirafa que siguió creciendo hasta que el bosque quedó pequeño. No se trata de velocidad —ya tenemos en Colombia casos que lo lograron y tardaron seis o siete años en alcanzar esa etiqueta— sino de constancia estratégica. Las valoraciones extraordinarias resultan inevitables cuando convergen una necesidad o un problema urgente, un deseo feroz por resolverlo y el tiempo suficiente para afinar el modelo de negocio.

El tiempo es, quizá, la variable que más incomoda a nuestra cultura del resultado inmediato – aún nos motivan los negocios donde “coronemos” rápido. - Sin temporadas largas de experimentación y trabajo no hay cuello que alcance la copa. Silicon Valley vivió tres décadas de ensayo y error antes de convertirse en la cuna de las Big Tech del mundo; Medellín, recientemente declarada Distrito de Ciencia, Tecnología e Innovación, apenas inicia su propio camino evolutivo. Si la ciudad se impacienta, las raíces no sostendrán el peso del cuello que pretende alargar.

No todas las empresas serán jirafas, y está bien. El ecosistema necesita colibríes que polinicen ideas, hormigas que estructuren procesos y camellos que refuercen los caminos. Pero si la ciudad aspira a competir en ligas globales, debe celebrar a quienes se atreven a mirar más alto y otorgarles los recursos más escasos: tiempo y capital para crecer.

Las jirafas fueron inevitables porque la escasez las presionó. Los unicornios también lo serán, siempre que alimentemos la necesidad, avivemos el deseo y tengamos la paciencia de verlos emerger, un cuello —o una valoración— por encima de los árboles de Medellín.

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