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María Corina Machado: la mujer que incomodó a la dictadura

hace 7 horas
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  • María Corina Machado: la mujer que incomodó a la dictadura

Por Alejandro De Bedout Arango - opinion@elcolombiano.com.co

La política internacional está llena de liderazgos que aparecen y desaparecen al ritmo de las crisis. Pero, de cuando en cuando, surge una figura cuyo peso rompe fronteras, altera la conversación global y reabre preguntas que muchos preferían mantener en silencio. María Corina Machado es, hoy, ese tipo de liderazgo. Lo ocurrido en Oslo, donde los focos de la diplomacia internacional volvieron a apuntar a Venezuela, confirma que la batalla por la democracia latinoamericana no está cerrada, ni mucho menos perdida. Y que, paradójicamente, la esperanza —esa palabra tantas veces desgastada— terminó encarnada en una mujer que el autoritarismo intentó borrar.

Venezuela se ha convertido en un laboratorio del deterioro democrático en el hemisferio: cierre de instituciones, erosión del pluralismo, manipulación electoral, persecución judicial y un éxodo humano sin precedentes en la región. Sin embargo, ningún régimen es completamente invencible cuando la sociedad conserva referentes que se niegan a aceptar la normalización de la arbitrariedad. Eso explica la vigencia —y el peso internacional— de María Corina. Su presencia obliga a la comunidad internacional a asumir posición. O se defiende el derecho de los ciudadanos a elegir libremente, o se convalida lo contrario. Oslo, una vez más, expuso ese dilema con claridad.

Machado no es solo una líder opositora. Es un símbolo incómodo. Representa la capacidad de una ciudadanía de resistir, de reorganizarse y de reclamar su voz, incluso cuando el poder intenta sofocarla. Pero también representa algo disruptivo en la geopolítica latinoamericana: una mujer desafiando un aparato autoritario tradicionalmente masculino, enfrentándolo sin ambigüedades, sin pactos tácitos y sin el cálculo acomodado que tanto abunda. En un continente donde las democracias retroceden, su figura rompe la narrativa del fatalismo.

Oslo evidenció que el tema venezolano sigue siendo un termómetro de coherencia para Occidente. Las potencias democráticas solo podrán reclamar autoridad moral en el escenario global si están dispuestas a defender, con la misma firmeza, la causa de quienes luchan por elecciones libres en su propio hemisferio. Ignorar la exclusión de María Corina del proceso electoral, minimizar las detenciones arbitrarias de su equipo o aceptar sin más las maniobras del régimen sería aceptar que la democracia es negociable. Y la democracia no es negociable.

Pero la potencia simbólica de María Corina es más profunda que el conflicto político del momento. Su tránsito —de diputada a líder proscrita, y de proscrita a referente— recuerda una verdad esencial: los liderazgos democráticos no nacen en los salones del poder, sino en la capacidad de transformar indignación en causa colectiva. Esa es su mayor fortaleza. Y, precisamente por ello, su figura resulta tan peligrosa para quienes pretenden perpetuarse en el poder.

América Latina ha tenido grandes mujeres en la política, pero pocas han cargado un desafío estratégico tan complejo: derrotar un régimen, reorganizar una esperanza y sostener una narrativa de libertad en medio del miedo. Que sea una mujer quien encarne ese desafío dice mucho de la vitalidad cívica venezolana y del cambio generacional que recorre la región. No es un dato menor. Las nuevas democracias del siglo XXI necesitarán liderazgos que sepan combinar firmeza, visión internacional y resiliencia. Ella ha demostrado las tres.

Venezuela, como tantas veces en su historia, vuelve a ser el punto de quiebre. Y Machado, con su determinación imperturbable, nos recuerda que la esperanza democrática no siempre aparece en forma de partido, de institución o de acuerdo internacional. A veces aparece en forma de una mujer que se niega a rendirse.

Y ese simple hecho —en esta región, en este momento histórico— tiene un poder que ninguna dictadura puede combatir.

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