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Por Aldo Civico - @acivico
Pedro es un hombre de treinta y tres años. Llegó a mi consultorio con una mirada triste y el rostro demacrado. Entre sollozos, me cuenta su trágica historia. Un incidente ocurrido hace ocho años cambió por completo la trayectoria de su vida. Todo estaba saliendo según sus planes. Formaba parte de un equipo deportivo de alto rendimiento. La cadena de supermercados donde trabajaba lo había elegido como empleado ejemplar. Una mañana subió al techo de su casa para hacer un arreglo, pero resbaló y cayó varios metros. Además de romperse un fémur y un brazo, quedó en coma durante una semana. Con mucha fuerza de voluntad, logró recuperar la movilidad y regresar a la práctica atlética. Sin embargo, el accidente le dejó como secuela una epilepsia postraumática. Por esta razón, desde hace ocho años, a pesar de sus esfuerzos, no ha logrado encontrar un trabajo estable, ya que las empresas no quieren asumir la responsabilidad de su condición de salud.
Vivimos en un mundo donde las posibilidades se amplían cada vez más. Quizás nunca antes, como ahora, el mercado y las empresas han ofrecido tantas oportunidades y soluciones. Sin embargo, también nos enfrentamos a una realidad en la que el Estado es cada vez menos capaz de proponer soluciones y ha dejado de ser una fuente de innovación. Esta realidad exige que las empresas aumenten sus niveles de consciencia, solidaridad y compasión. Estamos haciendo mucho pero quizás no lo suficiente. Porque, mientras existan personas como Pedro, que, con resiliencia, desean seguir adelante, y que, sin embargo, experimentan el mercado como un espacio excluyente en lugar de una fuente de posibilidades, habrá algo en nuestra forma de hacer economía que será inadecuado. De hecho, no podremos decir que vivimos en sociedades verdaderamente libres y responsables si no somos capaces de generar oportunidades también para personas como Pedro. Necesitamos abrir nuestra mente, corazón y voluntad a la solidaridad y a la compasión como valores fundamentales de la economía y del quehacer empresarial, si realmente queremos construir sociedades libres, democráticas y llenas de posibilidades para todos.
Después de escuchar a Pedro, nos organizamos con varios amigos para apoyarlo en su voluntad de construir una vida digna. Le conseguimos acceso a una alimentación adecuada, un odontólogo que pudiera examinar su dentadura y una beca para que pudiera estudiar cómo barbero. “Puedes vivir como víctima o convertirte en el dueño de tu vida”, le dije a Pedro al finalizar nuestra sesión. “Te invito a que este sea el primer día de tu nueva vida”. Esta semana, Pedro volvió a mi consultorio. Traía una sonrisa amplia y un brillo especial en los ojos. Me contó sobre todos los cambios que habían ocurrido desde nuestra última reunión. Sentirse apoyado, y quizás incluso amado, lo motivó a dejar de verse como una víctima de las circunstancias y a reconocerse como el responsable de su existencia. Los desafíos siguen presentes para Pedro. Pero lo que antes eran obstáculos para su vida, gracias a un poco de solidaridad, se han convertido en una plataforma para transformarse en el creador determinado de su destino.