Pico y Placa Medellín
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Por Aldo Civico - @acivico
Hacía años, desde antes de la pandemia, que no tenía la oportunidad de pasar unos días en Nueva York. El pequeño, incómodo e inadecuado vuelo de Avianca que despegó de Medellín alrededor de la medianoche aterrizó antes del amanecer, cuando Manhattan aún permanecía envuelta en la oscuridad. Después de una ducha refrescante, salí a caminar por la ciudad que fue mi hogar durante dieciocho años. Llegué aquí en un gélido enero del año 2000, sin hablar inglés y sin un círculo de familiares o amigos cercanos. Los primeros meses los dediqué obsesivamente a aprender el idioma. Quería, sobre todas las cosas, poder leer el New York Times, que compraba cada mañana, aunque apenas lograra entenderlo; ver películas en su idioma original; escuchar y comprender las historias de las personas con las que me cruzaba. Fue un periodo difícil, marcado por la nostalgia de las personas y costumbres que había dejado atrás en Europa, y por los sueños y aspiraciones que me habían llevado a tomar la decisión de mudarme a esta ciudad.
Con el tiempo, Nueva York me permitió lograr lo que nunca había imaginado ni planeado. Terminé un doctorado en antropología sociocultural en Columbia University y llegué a ser director del Centro de Resolución de Conflictos Internacionales en la misma institución. Hoy regreso a esta ciudad para dictar una clase en Columbia. Han pasado casi veinticinco años desde que pisé por primera vez este prestigioso campus, y aún sigue siendo parte fundamental de mi historia.
Aquella tarde caminé por la High Line, un parque elevado construido sobre una antigua vía de tren de carga en desuso; un oasis urbano con jardines, arte público y vistas panorámicas de la ciudad. El cielo estaba despejado, iluminado por un sol que no calentaba. En el centro de mi corazón surgió una profunda gratitud. Me sentí en casa. Los alrededores me resultaban familiares, me pertenecían, eran parte de quien soy hoy. Me di cuenta de que muchas partes de esta ciudad se han vuelto parte de mí. Porque Nueva York ha sido el lugar que abrió mi vida a posibilidades impensadas, enseñándome que cada existencia puede expandirse hacia infinitas oportunidades. Aquí aprendí que los límites de mi mundo son los límites de mi pensamiento y de mi lenguaje. Me enseñó a generar nuevas ideas e integrar nuevas creencias, a diseñar una vida en mis propios términos, en lugar de perpetuar patrones emocionales y culturales que podían mantenerme anclado a un pasado que, en muchos sentidos, deseaba trascender. No solo quería hacer cosas distintas. Quería ser distinto.
En esta ciudad descubrí que es posible soñar y hacer realidad los sueños. Me dio la libertad de ser yo mismo sin la preocupación de qué pensarán los demás. Como dice la escritora Fran Lebowitz, Manhattan es un lugar donde puedes ser quien quieras ser. Es una ciudad de “reinventores”, donde la gente llega para dejar atrás su pasado y construir un nuevo futuro. Nueva York me ha enseñado el arte de la reinvención.