Pico y Placa Medellín
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Se comentan textos, se leen páginas, se cuentan anécdotas. Se discute sobre novelistas, poetas, ensayistas, narradores, sin retén alguno. La política no ocupa lugar. Ella allí perturba.
Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co
No me refiero a la del fundador de Santa Fe de Antioquia, sino a la del hotel que lleva el nombre del conquistador y que se ha ido formando gracias al largo trabajo de investigación de Alonso Monsalve Gómez, un hombre cívico, buceador de librerías, infatigable lector, mecenas de la cultura en la Ciudad Madre. Cerca de 25.000 volúmenes llenan sus estanterías, siendo así quizá la biblioteca particular más densa y erudita que existe en la geografía antioqueña.
En ella se inauguró hace poco la Sala Patrimonial Cervantina, dedicada a la obra del genio que parió a Don Quijote. Diversas esculturas, obras, ensayos, traducciones alrededor del hombre/ficción al que de tanto leer se le secó el seso. Comparable a esta es la que existe en El Toboso, pueblo manchego donde Cervantes topó a Dulcinea para que fuera el amor imaginario del Caballero de la Triste figura, con 420 años errando para desfacer entuertos sin lograrlo aún.
De la Sala Patrimonial Cervantina, y abriéndose paso por vitrinas de libros que cargan no pocas centurias en sus páginas, hecho que confirma que allí se mueve la historia a través de testigos mudos que hablan como vivos no solo de épocas remotas sino de las presentes, se llega al auditorio recientemente inaugurado, con sillas del que fuera el Teatro María Victoria, de Medellín, y que prolonga la huella de don Gonzalo Mejía, el visionario que tantas veces desde la antigua capital trazaba la vía al Mar antioqueño para llegar al Urabá caribeño. Un piano del siglo XIX que perteneció al poeta Rafael Pombo, evoca las noches embrujadoras cuando se bailaba en los amplios salones del hotel, y de los cuales brotaron muchos noviazgos que hoy sirven de nostálgicos recuerdos.
La biblioteca del hotel Mariscal Robledo es un lugar de realidades y asombros. Se vive la vida intelectual animada por el grupo “La Bohemia Alegre”. Allí se reencuentran viejos amigos de la edad otoñal, de madurez, de juventud e infancia, que no dejan malograr la historia antioqueña y la cual, especialmente en Santa Fe, se protocoliza en sus calles, iglesias, tabernas, plazas y casonas. Abundan relatos y crónicas de épocas coloniales y presentes. Se comentan textos, se leen páginas, se cuentan anécdotas. Se discute sobre novelistas, poetas, ensayistas, narradores, sin retén alguno. La política no ocupa lugar. Ella allí perturba. Entre tantos libros se hace válida la aspiración de Borges de que “el cielo será una infinita biblioteca”.
Hay ocasiones en que se concilian libros con tiples, guitarras y algunas copas dosificadas, para adelantarse a la afortunada frase de Chesterton de que el paraíso es una gran taberna en la cual se encuentran los tertuliantes que suspendieron sus diálogos en la Tierra. La música de cuerdas anima las charlas para aligerar el peso de las paradojas de la vida. Esa es otra faceta que embruja a quien vaya a la Ciudad Madre y quiera vivir un entorno que, como expresara Germán Arciniegas sobre América, también nació y sigue naciendo entre libros, acunados en una biblioteca levantada por un romántico de la vida.