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Columnistas | PUBLICADO EL 31 mayo 2020

3M. Plazo

Por Juan Manuel Alzate Vélezalzate.jm@gmail.com

Dicen que los cambios financieros son de corto plazo, los económicos de mediano plazo y los culturales de largo plazo.

Asumir la innovación y ejecutarla, apartándola de discursos efímeros e inmateriales implica varios pasos. A continuación, se lista de manera general un procedimiento para lograr lo que algunos llaman innovación aplicada. Un ejercicio mucho más simple escrito que cumplido.

La innovación aplicada es aquella que se aleja de la investigación porque busca aplicaciones más prácticas e inmediatas. Una que no tiene si se quiere, tanto tiempo para la investigación y el desarrollo. Que prefiere invertir tiempo en implementación y ejecución inmediata. Quizás la mejor forma de empezar en la teoría de la innovación para luego, ganada experiencia en el procedimiento, ahondar en la innovación. Esta diferencia define el adoptar o desarrollar tecnología. Pero cada día con su afán. Roma no se hizo en un día.

El primer paso consiste en definir una estrategia. Un norte claro al que se quiera llegar. Y atención a dos puntos. El objetivo es el que se quiere, no el que se espera o el que el destino permita. Habrá desviaciones como en todo proceso de planeación. Pero la meta debe estar clara, ser única y el juego consiste en encontrar la mejor y más corta trayectoria para lograrlo. Luego, tener claro que todo futuro está anclado al presente. Esto necesariamente implica apalancarse en el hoy para lograr el mañana. Más aún cuando el caminar de la innovación no es el de un bípedo que requiere dos extremidades (para alternar presente y futuro). Se parece más a un ciempiés. Tiene muchos puntos de apoyo a la vez para avanzar, la mayoría de ellos en el presente, algunos en el futuro. Eso sí, una gran coordinación.

El segundo paso, y a pesar del orden, más importante que el primero: definir una cultura. Si, un intangible. Triste para los financieros, no se ve en balances financieros. Pero es el motor del ejercicio y hace la diferencia. La cultura que se defina deberá ser el subyacente que sostenga el equipo necesario para cumplir la meta de la estrategia. Deberá cumplir varios propósitos, entre ellos: superar individuos que acostumbren los ya hace por lo menos tres décadas muy fuera de moda calzoncillos color vinotinto con motivos marrón porque siguen “chapados” a la antigua. Atención, esta enfermedad no distingue género, edad o ideología. Convicciones obsoletas que generalmente representan antígenos a la nueva cultura. Mucho más fácil decirlo que hacerlo. La cultura también deberá ser autoinmune. Capaz de autodepurarse para no necesitar fuerzas policivas en su implementación y supervisión. Por el contrario, que el mismo colectivo se encargue de “expropiar” y aislar las actitudes contrarias a la nueva propuesta de pensamiento. Acá vale la pena llenarse de El arte de lo posible, libro de Rosamund Stone Zander y Benjamin Zander.

Una claridad necesaria: un error en la definición de la estrategia puede ser fácilmente corregido con una buena cultura bien definida e implementada. Sin embargo, un error en la definición de cultura, puede arrasar con la estrategia y cualquier empeño innovador que se tenga.

El tercero y más delicado de los tres pasos es la implementación de ambas, estrategia y cultura. Un ejercicio que puede entenderse como el baile más armónico y orquestado entre dos individuos. Posiblemente de la canción más larga de todas. Tan larga, como el tiempo que tome cumplir la meta de la estrategia. Las herramientas fundamentales para lograrlo, los equipos que administren el recurso humano y las comunicaciones. Detrás de ellos los equipos encargados de la ejecución. Siendo un tema tan profundo, mejor aplazarlo para la siguiente columna.

Baste decir que la innovación no se trata de sentarse a hacer. Mejor, atreverse a pensar. Y ahí radica la importancia de una cultura que permita alcanzar la meta de la estrategia .

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