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Columnistas | PUBLICADO EL 07 septiembre 2022

200 días de guerra

De la explosión de novedad en febrero pasamos a la normalización del delirio bélico que tiene a Rusia cansada e incómoda, y a Ucrania consciente de su fragilidad y devastada en su territorio.

Estamos muy cerca de cumplir doscientos días de guerra en Ucrania. 30 mil muertos, más de 50 mil heridos, 14 millones de desplazados, ciudades desaparecidas y miles de millones de dólares transferidos a ambos ejércitos en un enfrentamiento dispar y angustiante. De la explosión de novedad en febrero pasamos a la normalización del delirio bélico que tiene a Rusia cansada, a Vladímir Putin incómodo y a su maquinaria bélica con problemas de abastecimiento y, del otro lado, a Ucrania consciente de su fragilidad, sostenida por el apoyo de las potencias occidentales y devastada en un territorio que ha cambiado para siempre.

Los temores de una ofensiva a escala mundial o un choque nuclear parecen haberse desescalado, pero, a su vez, el transe por el que atraviesa esta —la peor guerra europea en lo que va del siglo— ha sistematizado un horror que marcará con fuego las décadas por venir del siglo XXI. Porque a la recomposición de los poderes hegemónicos actuales, tanto económicos como militares, habrá que sumarle ahora, después del desmembramiento ucraniano, la posición de las alianzas multilaterales. Sus fuerzas y sus debilidades. Sus posibilidades. De igual forma, la desgracia bélica actual puso sobre la mesa nuevos (renovados y resignificados) métodos de condena al enemigo geopolítico. Frente a la posibilidad de un crecimiento exponencial del peligro mundial, del golpe entre gigantes que nos tumbe a todos, se pretende debilitar al contrario con las sanciones económicas y el aislamiento.

Vladímir Putin presentía lo que se venía. Sabía a lo que se enfrentaba cuando ordenó la concentración de sus tropas en la frontera con Ucrania. Tanteó después el alcance de su maniobra cuando reconoció la independencia de la República de Donetsk. Finalmente, cuando ordenó la invasión del Dombás, consideró que el mal que le iban a ocasionar sus enemigos era aceptable si se equilibraba con sus intereses en la zona. Tiró para adelante.

A pesar de que ha pasado más de medio año de la incursión aún resulta temprano para sacar conclusiones finales. Es cierto, sin embargo, que en este punto la envergadura de las sanciones y la amplitud del aislamiento infringido a Moscú resultaron de una escala superior a la imaginada. Para el Kremlin aparece como inocultable que una campaña que pretendía ser corta se ha extendido más allá de sus deseos y en este punto es demasiado tarde para aflojar la cuerda.

Mientras Estados Unidos y la Unión Europea aumentan el apoyo a Ucrania mediante el gasto militar, en Rusia, Putin recalcula. La balanza de triunfos y derrotas moverá el eje de sus intereses internacionales. En eso, incluso, parece dispuesto a ceder. Lo que se le hace intolerable, y puede finalmente obligarlo a dar un paso atrás, es que la guerra lo afecte en su propio país. Con sus gobernados. Lleva dos décadas de construcción de su poderío imperial y no va a tirarlo por la borda en aventuras de vecindario 

David E. Santos Gómez

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