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El ascenso al Alto de Las Palmas en las madrugadas de días laborales está inundado de ciclistas. La mayoría en grupetos, muy pocas mujeres pero en general, pedalistas prudentes y amigables que circulan bien iluminados ante el tráfico.
Atípico es ver una chica sola pedaleando en la oscuridad que antecede el alba. Atípico, es pasar a su lado y no sentir el afán de los carros que buscan el aeropuerto; sino el rugir de la autonomía, la independencia y la voluntad que conducen a esta chica a pedalear sola. Seguro va contra la opinión de miedo de otros, porque como argumentarían, “a esa hora es peligroso”. Incólume mentalmente, avanza a su propio paso. Saciando su voluntad. Pensará en su quehacer diario, o en esa meta de largo plazo que busca con tanto empeño. Debe tener alguna. Seguro en reposo, huele a lo que huelen las personas que tienen la voluntad del tamaño necesario para perseguir metas grandes todos los días. Planeará detalle a detalle su ejecución. Cuidando con precisión de soldador en alturas, cada una de las puntadas que debe dar. Fríamente ignora las opiniones necias, descartándolas con un análisis racional. Sabe que son infundadas. Sabe que nadie dijo que una hora era mejor que otra para montar en bicicleta. Que las consecuencias de que llueva las lleva ella, y por eso, la decisión de salir o no a montar, está en sus manos. Sabe que ser mujer no invalida. Que la individualidad y la independencia valen lo que nadie estaría dispuesto a pagar. Lo que el género no define.
Su figura desborda rebeldía suficiente para demostrar que sola se puede subir al alto sin miedo. Porque tiene la certeza de que si algo sucede, otro ciclista la auxiliará gustoso, porque esta ciudad es humana. Tan cotidiana, ella es de esas figuras icónicas que hacen de esta, la valiosa ciudad que es. La que se da el lujo de alojar personas con este carácter y tolerar esas actitudes.
Es claro que a este Sísifo le sobran argumentos para cumplir su tarea. Su terquedad, su ambición, sus ganas de cumplir su objetivo, son suficientes para hacerlo los días que sea necesario. Porque no hay una convención social qué respetar; sino una demanda individual para saciar. Porque lo que otros esperan de ella es fútil. Lo que en realidad importa, es lo que según su construcción mental y muy individual, la satisface.
Encontrarla en la vía nunca irá en lo verbal, más allá de “hola, buenos días” o un cálido y respetuoso “ánimo guapa...”. Eso sí, encontrarla en la vía dará para reflexionar cómo personas como ella, constituyen máquinas humanas para cumplir realidades. Individuos cotidianos que con una actividad tan simple y monótona como un pedaleo, son capaces de convertir un gran sueño, en una gran realidad.
Esta ciudad agradece personajes como el descrito. Tranquiliza saber que en ella, se alojan autonomías y voluntades fuertes. Que tienen un ideal claro, independientemente de cual sea el sueño que carguen, lo valioso es que lo tengan, que lo busquen con empeño. La voluntad de la pedalista, como la de otras personalidades, tiene la tranquilidad de circular por las calles e intersticios de la ciudad sabiendo que, ante cualquier imprevisto, ese sentimiento solidario y ciudadano, acudirá a ayudar. A hacer sentir que aunque cada vez la ciudad crece en población y en territorio, no deja de ser un barrio en el que todos, están dispuestos a ayudar a un vecino.
¿Persigue un sueño con empeño?, ¿se rebela a ideas infundadas y convencionalismos sociales para tomar decisiones individuales?, ¿lo sacia su actividad diaria?
Sus acciones definen las acciones de la ciudad. Su comportamiento, define el pensamiento de la ciudad.