x

Pico y Placa Medellín

viernes

0 y 6 

0 y 6

Pico y Placa Medellín

jueves

1 y 7 

1 y 7

Pico y Placa Medellín

miercoles

5 y 9 

5 y 9

Pico y Placa Medellín

martes

2 y 8  

2 y 8

Pico y Placa Medellín

domingo

no

no

Pico y Placa Medellín

sabado

no

no

Pico y Placa Medellín

lunes

3 y 4  

3 y 4

language COL arrow_drop_down

Los puntos en los que Medellín se convirtió en una letrina

Sin cultura ni una respuesta de las autoridades, el centro se convirtió en un baño público que hiede. Crónica de las calles más malolientes de la ciudad.

  • En el parque Berrío, la gente tiene que echar tierra para tapar los excrementos humanos que hieden bajo el sol. FOTO esneyder gutiérrez
    En el parque Berrío, la gente tiene que echar tierra para tapar los excrementos humanos que hieden bajo el sol. FOTO esneyder gutiérrez
  • Este espacio, al frente de la plaza Botero y el Palacio de la Cultura se convirtió en un baño público cuyas aguas se pudren a la intemperie. No hay cultura ni respuesta institucional. FOTO esneyder gutiérrez
    Este espacio, al frente de la plaza Botero y el Palacio de la Cultura se convirtió en un baño público cuyas aguas se pudren a la intemperie. No hay cultura ni respuesta institucional. FOTO esneyder gutiérrez
26 de junio de 2023
bookmark

Este corto relato, que va sobre los asuntos más escatológicos de Medellín, nació de un par de cartas que enviaron nuestros lectores. Uno de ellos escribió a mano, con una caligrafía inclinada, muy fina, haciendo un “S.O.S” por la Basílica Metropolitana. El otro, por correo electrónico, se quejó del hedor del Parque Bolívar, de sus jardineras hediondas, de las ceibas que tienen las raíces quemadas. Con algo de retórica dijo que la ciudad se había convertido en una “letrina al aire libre”.

¿Qué tan ciertas podían ser esas quejas? Porque, seamos claros, no podemos medir si la ciudad huele peor hoy con relación a hace cuatro u ocho años, por ejemplo. Lo que sí podemos hacer, en cambio, es preguntarle a la gente en la calle si algo ha cambiado; y abrir bien los ojos, pero sobre todo la nariz.

El Parque Berrío tiene un aspecto triste en una mañana gris. Sobre las losas hay charcos, agua estancada que refleja los rayos de un sol opaco. En una banca de cemento está Gisela Ardila, la presidenta de Asotintos, la agremiación que reúne a 430 vendedoras de tinto. Ellas se la pasan todo el día en el parque, de un lado a otro, con los termos calientes.

Gisella cuenta que al parque solo lo han lavado una vez este año, y eso por presión de Asotintos. Las vendedoras hicieron un video denunciando el desaseo y el hedor de las jardineras. Les resultó bien, pues unos días después llegaron varias dependencias de la alcaldía. El 12 de mayo, con mangueras, detergente y baldes le hicieron un aseo “general” a todo el parque. Lavaron hasta los últimos resquicios.

De esa limpieza parece que hubieran pasado años. Dar un paseo por el parque sin arrugar la nariz, sin fruncir el ceño, es imposible. Sobre las jardineras, muy cerca de algunos vendedores ambulantes, vuelan cientos de moscas. Una señora se intenta sentar sobre una de las bancas, pero de inmediato la detienen:

—Ey, doña, no se siente ahí. ¡Hay una mierda!

Gisela cuenta que en las mañanas, cuando llegan con los tintos recién hechos, tienen que remover toda clase de porquerías del suelo.

—Nadie se imagina lo que es esto. Nosotras tratamos de tener esto limpio, porque es nuestro espacio de trabajo, pero el apoyo de Emvarias es muy poco. Por acá no volvió el carrotanque desde el año pasado. Lo que ganamos lo gastamos en bolsas de agua de 5.000 pesos y detergente para limpiar esto.

Que se caguen en el Parque Berrío no es un asunto nuevo, pero los presentes coinciden en que el desaseo reciente tiene dos razones. En primer lugar, como es evidente, la falta de reacción de la administración. Pero, tal vez más importante, el cerramiento de la Plaza Botero. Muchos de los habitantes de calle que dormían allí pasan las noches ahora en Berrío.

—La única parte del centro que no huele mal es Botero—dice Gisela—, porque el alcalde lo cerró, de resto, lo invito a que se dé un paseo.

Entre Berrío y Botero está lo que llaman “el baño más bonito de Medellín”, un pasadizo adornado con los murales de Pedro Nel Gómez. Desde hace años es una letrina pública. Un grupo de extranjeros, entre los que resaltan mujeres de cabellos rubios, se acerca a los murales, llamados por un guía local. Pero el olor es insoportable y entorpece la experiencia, convirtiéndola casi en un suplicio.

Es tan evidente el desaseo que en una esquina de Berrío, al frente de la Candelaria, hay una enorme plasta de mierda a la que han cubierto con un tapabocas. Alguien con un humor agudo dice que nunca había visto algo así y que se le parecía a una obra de arte contemporánea.

Aunque la plaza Botero está circundada desde febrero pasado, sus alrededores son verdaderos muladares. Cualquier descripción, por escatológica y precisa, se queda corta. La podredumbre de sus alrededores es inefable.

Junto a un baño público del metro, en el que se cobra la entrada, hay un charco de orines y excrementos del que emana un vaho insoportable. Un hombre, sin vergüenza alguna, se para detrás de la reja del baño y orina sobre el charco. Entonces aparece, manoteando, Jesús Córdoba, un vendedor ambulante que pasa todo el día en ese lugar.

—Ey, tómenle foto a ese que está orinando, sáquenlo en la prensa—grita Jesús.

Los efluvios de ese charco nauseabundo son insoportables y obligan a la arcada al que por allí se acerque. José continúa su alegato:

—No, pana, yo ni puedo traer a mi mujer ni a mis hijas por acá, porque llegan y un hombre de la nada saca el pene para orinar. ¿Cómo traigo a mis hijas a ver eso, pana?

La escena la completa Yalitza Moreno, una vendedora de tinto que tiene dentro de sus elementos de trabajo una pala y un rastrillo. Pero eso no es lo más diciente. De sus ganancias tiene que sacar unos 10.000 pesos a la semana para pagarles a “los muchachos” por una limpieza. Los muchachos no son funcionarios de Emvarias, sino consumidores de droga que duermen por allí y se rebuscan unos pesos.

Uno de esos muchachos es “Pecas”, que se ofrece a dar un tour:

—Todo el centro huele a mierda. ¿Quieren ver? Yo los llevo a unos lugares que gas, de buena, gas—hace una mueca desagradable, sacando la lengua.

La misma escena se repite en el parque Bolívar, La Playa, la Oriental, los alrededores de La Minorista. La gente, como puede, tapa los desechos con tierra, o con un tapabocas.

Las cartas tenían la razón: Medellín es una ciudad que hiede, que recibe, sin que nadie haga nada, los residuos del bajo vientre de muchos de sus habitantes.

Este corto relato, que va sobre los asuntos más escatológicos de Medellín, nació de un par de cartas que enviaron nuestros lectores. Uno de ellos escribió a mano, con una caligrafía inclinada, muy fina, haciendo un “S.O.S” por la Basílica Metropolitana. El otro, por correo electrónico, se quejó del hedor del Parque Bolívar, de sus jardineras hediondas, de las ceibas que tienen las raíces quemadas. Con algo de retórica dijo que la ciudad se había convertido en una “letrina al aire libre”.

¿Qué tan ciertas podían ser esas quejas? Porque, seamos claros, no podemos medir si la ciudad huele peor hoy con relación a hace cuatro u ocho años, por ejemplo. Lo que sí podemos hacer, en cambio, es preguntarle a la gente en la calle si algo ha cambiado; y abrir bien los ojos, pero sobre todo la nariz.

El Parque Berrío tiene un aspecto triste en una mañana gris. Sobre las losas hay charcos, agua estancada que refleja los rayos de un sol opaco. En una banca de cemento está Gisela Rivera, la presidenta de Asotintos, la agremiación que reúne a 430 vendedoras de tinto. Ellas se la pasan todo el día en el parque, de un lado a otro, con los termos calientes.

Gisella cuenta que al parque solo lo han lavado una vez este año, y eso por presión de Asotintos. Las vendedoras hicieron un video denunciando el desaseo y el hedor de las jardineras. Les resultó bien, pues unos días después llegaron varias dependencias de la alcaldía. El 12 de mayo, con mangueras, detergente y baldes le hicieron un aseo “general” a todo el parque. Lavaron hasta los últimos resquicios.

De esa limpieza parece que hubieran pasado años. Dar un paseo por el parque sin arrugar la nariz, sin fruncir el ceño, es imposible. Sobre las jardineras, muy cerca de algunos vendedores ambulantes, vuelan cientos de moscas. Una señora se intenta sentar sobre una de las bancas, pero de inmediato la detienen:

—Ey, doña, no se siente ahí. ¡Hay una mierda!

Este espacio, al frente de la plaza Botero y el Palacio de la Cultura se convirtió en un baño público cuyas aguas se pudren a la intemperie. No hay cultura ni respuesta institucional. FOTO<b><span class=mln_uppercase_mln> esneyder gutiérrez</span></b>
Este espacio, al frente de la plaza Botero y el Palacio de la Cultura se convirtió en un baño público cuyas aguas se pudren a la intemperie. No hay cultura ni respuesta institucional. FOTO esneyder gutiérrez

Gisela cuenta que en las mañanas, cuando llegan con los tintos recién hechos, tienen que remover toda clase de porquerías del suelo.

—Nadie se imagina lo que es esto. Nosotras tratamos de tener esto limpio, porque es nuestro espacio de trabajo, pero el apoyo de Emvarias es muy poco. Por acá no volvió el carrotanque desde el año pasado. Lo que ganamos lo gastamos en bolsas de agua de 5.000 pesos y detergente para limpiar esto.

Que se caguen en el Parque Berrío no es un asunto nuevo, pero los presentes coinciden en que el desaseo reciente tiene dos razones. En primer lugar, como es evidente, la falta de reacción de la administración. Pero, tal vez más importante, el cerramiento de la Plaza Botero. Muchos de los habitantes de calle que dormían allí pasan las noches ahora en Berrío.

—La única parte del centro que no huele mal es Botero—dice Gisela—, porque el alcalde lo cerró, de resto, lo invito a que se dé un paseo.

Entre Berrío y Botero está lo que llaman “el baño más bonito de Medellín”, un pasadizo adornado con los murales de Pedro Nel Gómez. Desde hace años es una letrina pública. Un grupo de extranjeros, entre los que resaltan mujeres de cabellos rubios, se acerca a los murales, llamados por un guía local. Pero el olor es insoportable y entorpece la experiencia, convirtiéndola casi en un suplicio.

Es tan evidente el desaseo que en una esquina de Berrío, al frente de la Candelaria, hay una enorme plasta de mierda a la que han cubierto con un tapabocas. Alguien con un humor agudo dice que nunca había visto algo así y que se le parecía a una obra de arte contemporánea.

Aunque la plaza Botero está circundada desde febrero pasado, sus alrededores son verdaderos muladares. Cualquier descripción, por escatológica y precisa, se queda corta. La podredumbre de sus alrededores es inefable.

Junto a un baño público del metro, en el que se cobra la entrada, hay un charco de orines y excrementos del que emana un vaho insoportable. Un hombre, sin vergüenza alguna, se para detrás de la reja del baño y orina sobre el charco. Entonces aparece, manoteando, Jesús Córdoba, un vendedor ambulante que pasa todo el día en ese lugar.

—Ey, tómense foto a ese que está orinando, sáquenlo en la prensa—grita Jesús.

Los efluvios de ese charco nauseabundo son insoportables y obligan a la arcada al que por allí se acerque. José continúa su alegato:

—No, pana, yo ni puedo traer a mi mujer ni a mis hijas por acá, porque llegan y un hombre de la nada saca el pene para orinar. ¿Cómo traigo a mis hijas a ver eso, pana?

La escena la completa Yalitza Moreno, una vendedora de tinto que tiene dentro de sus elementos de trabajo una pala y un rastrillo. Pero eso no es lo más diciente. De sus ganancias tiene que sacar unos 10.000 pesos a la semana para pagarles a “los muchachos” por una limpieza. Los muchachos no son funcionarios de Emvarias, sino consumidores de droga que duermen por allí y se rebuscan unos pesos.

Uno de esos muchachos es “Pecas”, que se ofrece a dar un tour:

—Todo el centro huele a mierda. ¿Quieren ver? Yo los llevo a unos lugares que gas, de buena, gas—hace una mueca desagradable, sacando la lengua.

La misma escena se repite en el parque Bolívar, La Playa, la Oriental, los alrededores de La Minorista. La gente, como puede, tapa los desechos con tierra, o con un tapabocas.

Las cartas tenían la razón: Medellín es una ciudad que hiede, que recibe, sin que nadie haga nada, los residuos del bajo vientre de muchos de sus habitantes.

Infográfico
Los puntos en los que Medellín se convirtió en una letrina
El empleo que buscas
está a un clic

Nuestros portales

Club intelecto

Club intelecto

Las más leídas

Te recomendamos

Utilidad para la vida

Regístrate al newsletter

PROCESANDO TU SOLICITUD